Capítulo XL

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Zoe despertó al escuchar el conocido sonido del tren. Sus ojos notaron los pequeños rayos de sol que se filtraban siempre entre los edificios que rodeaban su casa, y el habitual olor a almuerzo recién hecho.

Abrió poco a poco los ojos, encontrándose con un techo bajo y algo mohoso en los rincones, siempre pensó que necesitaba una buena capa de pintura. Alzó una mano hasta su frente y reprimió un gemido al comprobar que no estaba soñando, había regresado.

No recordaba mucho del viaje, solo un reconocido olor que la obligó a dormirse. No sabía cuánto había descansado, pero se sentía agotada de permanecer tanto tiempo en la cama. Se levantó poco a poco, viendo su habitación tal y como la recordaba. Los papeles que había esparcido la última noche estaban colocados sobre la mesa. Observó más pequeños cambios en su habitación. Cosas que no deberían estar. Como el regalo que su madre le había hecho hacía unos años antes del accidente y que ella había guardado porque no soportaba verlo. O un libro que le prestó su padre y que era su favorito. Lo dejaba siempre en su estantería, con los demás, pero desde que desaparecieron lo guardó en otro sitio, evitando encontrárselo todos los días.

Caminó por su habitación poco a poco, hasta llegar a la puerta cerrada. La abrió con cuidado y vio el pasillo vacío. No obstante, el olor agradable del pan tostado y la leche recién calentada la informó que había alguien en la cocina. Avanzó poco a poco hacia allí, intentando recordar cualquier cosa de lo que había ocurrido hasta entonces. Estaba segura de lo que había vivido, así que no existía ninguna posibilidad de que hubiese sido todo un sueño. A pesar de que su modo de despertar la había desorientado, todo había sido real. Estaba segura.

Sus pasos se detuvieron en el marco de la puerta y vio a su hermana en medio de la cocina, quieta. A unos metros de ella, una mujer alta y morena tostaba dos rebanadas de pan en la paella. Dándole la vuelta a la tostada con un toque perfecto de muñeca. La mujer que cocinaba tan tranquila se volvió hacia ella. Zoe abrió la boca, intentando que algo saliera de ella, pero no fue capaz.

—¿A que vienen estas caras? —preguntó la mujer con una sonrisa radiante—. Ni que hubieseis visto un fantasma.

Zoe se quedó helada mientras se acercaba a Tatiana, la cual miraba a la mujer de un modo más sorprendido que ella.

—Más o menos... —murmuró la pequeña a media voz.

—Como es la primera mañana desde nuestro regreso, he pedido el día libre en el trabajo para prepararos un desayuno como Dios manda. Aunque por un momento creí que no ibais a despertar. Son las once y media, chicas.

Su madre, cocinando como si se tratase de la cosa más normal del mundo, hablaba distraída dando vueltas a las tostadas.

—Zoe —dijo Tatiana.

—¡Por fin habéis despertado! —exclamó una voz grave detrás de ellas.

Tanto Tatiana como Zoe se volvieron para ver a su padre aparecer por la puerta de la cocina, sonriente.

—Pa...papá.

—¡Vamos, a la mesa! —dijo el hombre mientras volvía hacia el comedor.

Su madre puso las tostadas en un plato donde había tres o cuatro más. Cogió la jarra de leche que había al lado, la cual ya había calentado, y se dirigió hacia el comedor siguiendo a su marido.

—¡Venga, niñas! ¡Que es muy tarde para estar tan dormidas!

Zoe se quedó mirando la puerta por donde acababan de salir sus padres y notó la mirada de Tatiana sobre ella. Sacudiendo la cabeza, Tatiana se dirigió hacia el comedor. Zoe la siguió y ambas se sentaron en la mesa en lo que fue la situación más extraña y agradable que jamás habían vivido. Sus padres, aquellos que creían desaparecidos o muertos, estaban en casa, desayunando en la mesa.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora