Capítulo XXXVI

4.3K 393 19
                                    


—Bienvenidos a mi humilde morada. Espero que no hayáis tenido muchos problemas para llegar.

La voz melosa y con el grado justo de ironía, que hacía dudar si lo decía en serio o era deliberado, recordó a Ares el error tan grande que había cometido al aliarse con semejante bruja. Era hermosa, de eso no había duda, pero tan manipuladora como atractiva. Ahora veía cuán equivocado había estado al pensar que estaba utilizándola. Había sido divertido estar con ella y ser su amante, pero él nunca había ido a buscarla; había sido ella quien lo buscó a él, de un modo tan sutil que pareció haber sido a la inversa. Porque una mujer como ella jamás se permitiría ir detrás de un hombre. ¿Lo había seducido? Ares podía decir sin el menor rastro de duda que así fue.

Ofendido al comprenderlo, quiso avanzar hacia la diosa sintiendo un impulso primitivo de vengarse. Era el dios de la guerra; nadie se reía de él y salía impune. Pero no tuvo ocasión. Zeus tenía los rayos a lado y lado echando chispas por todas partes y, con un sonido que de ningún modo podía catalogarse como humano, dio un golpe seco con las manos apretando los puños. Los rayos se extendieron en ramificaciones hacia todos los rincones del decorado marítimo que la diosa había creado. Los ojos que emulaban dos soles del dios más temido de todos, llamearon como relámpagos llenos de ira contenida, y no flaquearon ni un solo segundo mientras el mar, la arena y toda la playa se distorsionaba hasta desaparecer por completo.

Una estancia lujosa, amplia y blanca apareció en su lugar. Al mismo tiempo, Zoe quedó liberada de las cadenas invisibles que la habían estado reteniendo y cayó al suelo de rodillas. Con las manos apoyadas sobre una superficie tan blanca que parecía el propio vacío intentó levantarse, sintiendo una gravedad superior a la que había experimentado hasta entonces. Alzó la cabeza poco a poco para ver a su hermana mirando hacia ninguna parte, quieta al lado de Eirene. No. Esa que estaba al lado de Tatiana ya no era Eirene. Sus cabellos largos y rubios habían sido sustituidos por unos tan oscuros como el carbón, y el dorado de sus ojos cambió para volverse negro. Era una mujer distinta. Su mirada era fría y algo en ella recordaba a una pintura clásica griega.

Cuando Zoe apretó los labios y miró con odio a la mujer que parecía controlar a su hermana pequeña, Afrodita sonrió con cinismo.

—Un espectáculo asombroso, Zeus —dijo mientras aplaudía con una tranquilidad calculada.

El aludido avanzó unos pasos, con los rayos todavía chispeando en sus manos. Su ceño fruncido y su mirada de odio evocaban al dios temido del que todo el mundo hablaba. Nunca nadie había osado enfrentarse abiertamente a él, pero Afrodita estaba allí, de pie, tranquila y sin esconder su traición. No parecía tener intenciones de huir, que era lo que cualquier dios en su lugar habría hecho.

Normalmente, Zeus no pensaba en las razones. Se limitaba a actuar. No obstante, desde que había ocurrido lo de las sirenas y desde que Zoe había empezado a convertirse en una parte muy importante de su existencia, por no decir la más importante, se lo cuestionaba todo. Así que pensó el motivo que podía llevar a una diosa como Afrodita a no temer su ira. Seguía serena y confiada, lo que confirmaba una única cosa: tenía un plan.

—Debo felicitarte —dijo Zeus—. Me has sorprendido. No esperaba tu traición, aunque has dejado tantas pistas que supongo que nos esperabas.

Afrodita sonrió cínica, dejando a las dos jóvenes detrás de ella.

—Las pistas han estado allí todo el tiempo. Ha sido la situación y el momento exacto los que os han obligado a tenerlas en cuenta —murmuró con voz aterciopelada—. Solo he dejado que siguierais jugando hasta que vosotros mismos provocarais la guerra que con tanto ahínco queríais evitar. —Luego se volvió hacia Ares y amplió la sonrisa—. Bueno, no todos.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora