Capítulo XXVI

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Zoe entró en la cueva sin decir nada. Hermes no había intentado hablar con ella, aunque de haberlo hecho no habría servido de nada. Estaba furiosa, y no sabía por qué. O tal vez sí lo sabía, y esa era la fuente de su enfado.

Se dirigió a grandes zancadas hacia la cama con dosel y se tumbó dispuesta a dormirse. Cerró los ojos con fuerza mientras abrazaba la almohada, apretándola contra su cara. No se había quitado la capa de terciopelo castaño, así que se hizo un pequeño ovillo y la utilizó como manta a pesar de disponer de sábanas. Estaba a punto de dormirse de verdad cuando escuchó unos pasos procedentes de la entrada de la cueva. Alguien acababa de entrar, y estaba segura de saber de quién se trataba.

Zeus.

—¿Ya habéis llegado a algún acuerdo? —escuchó que preguntaba Hermes.

—Sí. Las oceánides devolverán las sirenas al mar. Mañana comprobaré si han logrado su cometido —contestó el dios que acababa de entrar.

—¿Y los... grifos? —Zoe intentó prestar más atención ante la extraña pregunta. Sin embargo, nadie dijo nada hasta pasados unos interminables segundos. Y fue Hermes quien prosiguió—: Está dormida. Hace un buen rato que se ha tumbado en la cama y no ha vuelto a moverse.

Hablaban de ella. ¿Por qué querían que estuviera dormida? Eso no le gustó. Había algo que se había perdido, algo que no le habían contado. Notó cómo Zeus se acercaba. No le hacía falta mirar para saber que era él.

—Sí, duerme —confirmó. Poco después se alejó de ella con paso pesado—. Alguien ha decidido mantenerlos atados al Olimpo.

—Mierda —escuchó que decía Hermes—. Sabía que habría un buen motivo para que Lion no acudiera a mi llamada.

Hubo un pequeño silencio, a lo que Zoe empezó a inquietarse.

—Alguien intenta que no regresemos al Olimpo. Está ocurriendo algo, estoy seguro de que las sirenas eran solo una trampa. Querían que bajáramos a la tierra, sea quien sea quien lo haya hecho tiene poder suficiente como para impedir que los grifos bajen a buscarnos. Y ya sabes que sin ellos no podremos regresar al Olimpo.

Zoe reprimió una exclamación. No habían regresado, no porque tuvieran algo más que hacer en la tierra, sino porque no podían regresar. Las sirenas estaban controladas por las oceánides. Zeus y Hermes habían tenido que bajar para solucionar el problema. Pero las sirenas no eran el problema, las sirenas solo eran un señuelo. Como ella había sospechado. ¡Dios! ¿Por qué narices no lo había dicho antes? ¡De no ser por eso estaba segura de que podría haberlo evitado! De haber confiado más en lo que pensaba, tal vez ahora no estarían en esa situación.

—Tendremos problemas como no regresemos pronto. Lo sabes, ¿verdad? —dijo Hermes—. Los demás dioses están enfadados por lo que han hecho las sirenas. Será cuestión de tiempo que te den la espalda si no estás en el Olimpo. Sobre todo cuando hay alguien que conspira contra ti.

—¡Lo sé, maldita sea! —exclamó Zeus enfadado—. Por eso Zoe no puede saber por qué estamos aquí todavía. Si lo descubre se pondrá nerviosa, y la necesitamos al cien por cien. Si alguien la descubre cuando empiecen a dudar de mí...

—No vamos a permitir que eso ocurra. Tenemos que regresar cuanto antes, pero no quiero que ella se vea envuelta en esta lucha. No sabe ser Hera y podría morir.

—Te aseguro que sabe hacer de diosa mejor de lo que todos pensamos. —La afirmación la sorprendió tanto como a Hermes.

—Es humana, Zeus. No voy a dejar que la expongas. No está preparada. Si estalla una guerra no podremos salvarla.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora