Capítulo XXXVIII

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¡¡Hola!! ¡¡Primero de todo, mil gracias por leer esta historia!! :D Esta nota al principio del capítulo es debida a que contiene, al final, una escena sexual explicita. Está en negrita (o al menos la mayor parte) por si quereis saltarosla. ^^ Siempre lo hago por si las moscas!

¡Besos! ¡Y aquí el capítulo!!

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Las garras del dragón blanco aterrizaron sobre el basamento del templo de Afrodita, destrozando los peldaños con la fuerza de sus alas al chocar contra el mármol. Zoe no lo lamentó, aunque poco diferían del aspecto actual del templo a causa de la guerra. En cuanto el animal se postró y el suelo estuvo suficiente cerca, saltó cayendo de cuclillas. Se volvió hacia Tatiana, la cual intentaba seguir su ejemplo, y le tendió la mano para ayudarla a bajar más deprisa. Una vez en el suelo, se dirigió al dragón para acariciar su morro con delicadeza.

—No puedes entrar conmigo esta vez, pequeño —dijo con ternura—. No tardaré.

Y sin añadir nada más volvió al lado de su hermana.

—Creo que eres la única que podría referirse a ese enorme dragón como pequeño —dijo con una sonrisa extraña en el rostro, casi como si predijera lo que su hermana mayor diría a continuación.

—No quiero que vengas. No sé qué puede ocurrirme en cuanto atraviese esa puerta, y no quiero que tengas el mismo destino que yo.

Tatiana arqueó una ceja mientras esbozaba una sonrisa de medio lado. Sus ojos la miraban negándose a obedecerla, la conocía lo suficiente como para interpretarla como una obstinación total e irrevocable.

—Visto lo visto, hermanita, me quede aquí o vaya contigo mi destino es bastante incierto.

—El dragón...

—Y sin él —la cortó—. Somos una familia, Zoe. Sé que no me abandonaste con esa gente a propósito, pero si te marchas ahora dejándome atrás, sí será deliberado. Tenemos que permanecer juntas. Me lo prometiste.

El rostro de Zoe era de puro sufrimiento. Era cierto lo que decía, pero aun así no quería que le ocurriese nada. Aunque en algo tenía razón, eran una familia, y las familias permanecían unidas fuera cual fuese la dificultad a la que tuvieran que enfrentarse. Se veía impulsada a protegerla, pero tal vez era más sencillo hacerlo si estaba a su lado.

—Pero no te separes de mí —la advirtió cediendo.

Tatiana afirmó rápido con la cabeza y siguió a su hermana cuando comenzó a correr en dirección al templo. Las primeras columnas destrozadas las pasaron deprisa, seguidas de otras menos roídas. La sala blanca con trozos de mármol y piedra por el suelo era la misma que recordaban, pronto encontrarían la puerta oculta por la que debían pasar para llegar donde estaba Afrodita. Mientras corrían Zoe se vio con la desagradable sensación de no saber qué hacer. Se dirigía allí sin ningún plan aparente. El papel de Hefesto habría sido clave. Sin él, su única oportunidad de detener la guerra era desapareciendo. Y para ello precisaba de alguien que la llevara ante Kayros, el dios del tiempo y el único que podía hacer que regresaran a su verdadera época. Aunque no tenía claro si eso serviría de algo, estaba decidida a hacer lo correcto. Si la única solución era marcharse, lo haría. Fuera quien fuese quien la llevara ante el dios. Aunque no pudiera despedirse de nadie más antes de partir.

Los pasos de Zoe se volvieron inseguros ante la perspectiva de regresar sin despedirse de Zeus. Después de sus palabras, ella no le había dicho nada, y sabía que si encontraba antes a Hermes tendría que ser él quien las llevara ante Kayros.

Por desgracia, sus planes nunca se llevaron a cabo. Un rayo invisible la separó de su hermana, haciendo explotar unas rocas que se encontraban justo detrás de ellas. Tatiana cayó al suelo y los ojos verdes de Zoe se volvieron hacia unos tan azules como el mar, unos que la miraban con odio. Afrodita, con una mueca de desprecio y la mano derecha encarada hacia ella, con las uñas perfectas apuntándola cual cañón de una pistola, avanzó hacia ella con seguridad. Estaba furiosa y dispuesta a atacar de nuevo con ese extraño rayo invisible que lograba destrozar todo cuanto tocaba. Al parecer había abandonado la lucha y ahora era ella quien la sorprendía en lugar de ser al revés.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora