Capítulo XXIX

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—No tendréis que esperar mucho más.

La voz del dios retumbó por toda la colina como si hubiese hablado por un altavoz. Zoe se contuvo a poner los ojos en blanco y soplar con cansancio ante su aparición teatral. No podía descubrir su presencia de un modo normal, tenía que hacerlo por todo lo alto. Sin embargo, ahora no era el único que aparecía en escena.

—Zeus, Hera —murmuró uno de los gigantes—. Creíamos que nunca llegaríais.

Hermes sonrió ante la presencia de ambos en las montañas. Había estado mucho tiempo con los gigantes, prácticamente todo el tiempo que había luchado contra las sirenas para retenerlas al pie de las montañas. Los Rocs habían ayudado, pero no había sido suficiente para detenerlas a todas y muchos habían perecido en batalla. El dios mensajero había estado ayudando a los gigantes en cuanto escapó del Monte Olimpo, y desde hacía un día y medio se hospedaba en la aldea. Claro que las sirenas eran tan abundantes que apenas había podido descansar. Ellos solo seguían luchando por la promesa de que Zeus en persona vendría a solucionar el problema.

—Hemos tenido algunos problemas por el camino. Necesitamos a uno de vuestros Rocs para regresar al Olimpo —dijo con la voz grave. Zoe se quedó quieta y con la mirada inexpresiva.

—Pero... creíamos que solucionaríais el problema con las sirenas —murmuró uno de los gigantes.

—Para solucionarlo tenemos que regresar al Olimpo —sentenció.

—¿Cómo lo va a solucionar desde allí arriba? —gritó la mujer guerrera, con un deje indignado.

—Zeus y Hera deben regresar. Es el único modo de detener esta locura en la tierra —se apresuró a explicar Hermes, sin moverse del sitio donde estaba subido.

Uno de los gigantes se giró en su dirección y lo fulminó con la mirada.

—Nos dijiste que vendrían a ayudarnos. Estamos exhaustos, no nos quedan apenas Rocs para luchar contra ellas. ¿Cómo vamos a desprendernos de uno con la falta que nos hace?

Hermes intentó decir algo, pero se vio incapaz de argumentar aquello. Zeus se mantuvo callado, y los gigantes empezaron una serie de murmuraciones que se convirtieron en una especie de rumor de fondo.

Zoe vio lo que estaba ocurriendo. Ellos no habían ido al Monte de los Gigantes para ayudarlos con las sirenas, es más, hasta donde ella sabía, estas avanzaban hacia allí a paso ligero. ¿Tanto tramo habían recorrido? De todos modos, estaba segura de algo. Los gigantes estaban preocupados por su gente. Y ella también. Podía entender que quisieran defender a los suyos, y no se veía capaz de ignorarlo. Algo tenían que poder hacer para detener a las sirenas antes de regresar al Olimpo.

De repente, Zoe alzó la cabeza para mirar las cimas de las montañas, mientras una idea iba formándose en su cabeza.

—¿Y... una trampa? —dijo Zoe en voz alta.

Zeus se giró en su dirección con el ceño fruncido. Debía creer que no era buena idea que ella hablara. Tal vez tenía razón.

—¿Qué quieres decir? ¡No podemos tender una trampa a esas bestias! Son demasiado fuertes y hay muchas —dijo uno de los gigantes, dirigiéndose a ella.

—¿Incluso más que la naturaleza? —inquirió.

Hermes bajó de la columna en la que había estado subido y se acercó a ellos. Zeus negó con la cabeza, pero Zoe decidió ignorarlo.

—¿Qué quieres decir..., Hera? —preguntó Hermes, con voz cautelosa y mirándola para instarla a cerrar la boca. Pues, aunque su pregunta era para que siguiera hablando, su tono daba a entender que mantuviera silencio.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora