Capítulo XII

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Que el dios con el que tenía que enfrentarse empezara a bajar las escaleras de su templo con esos pasos fuertes y seguros, sin apartarle la mirada, no había hecho sino empeorar los nervios y el miedo que se había apoderado de ella al verlo por primera vez.

La descripción que Hermes había hecho del dios había sido breve e insípida, y ahora entendía por qué. Si hubiera dicho cómo era de forma más explícita, no habría pisado ese templo por nada del mundo.

Zeus era terrible. Esa era sin duda la palabra que mejor lo describía. No le costaba trabajo entender por qué razón era el dios entre los dioses. Su sola presencia intimidaba y aterraba a cualquiera. ¡Hermes le había tendido una emboscada! Ni siquiera se sentía capaz de hablar como una humana, mucho menos como una diosa.

—Por fin te dignas a presentarte —su voz ronca y grave le arrancó un escalofrío—. La verdad es que me sorprende que no lo hicieras antes, con lo que te complace regodearte cuando me ganas en algo. Supongo que estarás contenta por la victoria de los griegos.

Zoe estaba tan aterrada ante la voz y la presencia del dios, cada vez más próxima, que no escuchó nada de lo que había dicho. Tuvo que alzar la cabeza para poder mirarlo a la cara, y sus pensamientos fueron directos a la enormidad de su cuerpo y lo alto que era. ¿Cuántas cabezas le sacaba? ¿Tres?

Cuando terminó de bajar las escaleras, a pocos metros delante de ella, recostó todo su peso en una pierna y la observó con curiosidad. Al instante, Zoe supo que estaba metiendo la pata sin siquiera decir nada.

—¿Ocurre algo? ¿De repente no tienes lengua? Me cuesta creerlo.

En ese momento, Zoe reaccionó. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué era lo que le costaba creer? ¡Dios! No podía arruinarlo todo por algo que nunca le había ocurrido. No solía juzgar a la gente por su apariencia física. Se había enfrentado a profesores que daban tanto miedo que ninguno de sus alumnos había replicado jamás sus injustas calificaciones. Logró educar a una joven de once años entrando en la adolescencia mientras intentaba superar la muerte de sus padres. ¡Y acababa de enfrentarse a lo que creía ser un ladrón en su casa, un gigante en un jardín enorme y un dragón de cien cabezas! Ese dios no podía ser mucho más aterrador que todo eso.

Sacudiendo la cabeza interiormente, se propuso apartar la mirada y centrarla en algún otro punto hasta que estuviera preparada. Necesitaba decir algo que Hera también dijese... ¿Pero el qué? Se suponía que se odiaban, ¿qué diría ella a alguien a quien odiase?

Con Hermes había sido muy sencillo. Solo tenía que imaginar algo irritante que él hubiera hecho. Algo que pudiera molestarla, como... ¡Invadir su intimidad! ¡Claro! ¡El muy sinvergüenza se había metido en su cabeza sin ningún permiso! Estaba segura de que Hera no lo toleraría. Por desgracia para Zoe, antes de poder decir nada, Zeus ya estaba delante de ella. La sujetó por el mentón, alzándole el rostro.

—Estás muy rara...

Esta empezó a hiperventilar y sustituyó al instante el temor por ira. ¡No podía permitir que todo se fuera al traste por su culpa! Estaba su hermana. Su familia había muerto por culpa de ese hombre. Su vida era una farsa y había sido separada de lo único que le quedaba a causa de él. Si no hubiese eliminado la parte divina de Hera, ella no se encontraría en ese desastre de época, ni se vería envuelta en toda esa locura. ¡Si no fuera por él, su familia seguiría viva y ella sería feliz!

—¡Aparta! —gritó con ira, dándole un empujón.

Zeus abrió los ojos, aturdido, pero no pareció afectarle el empujón.

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