Capítulo XX

4.6K 418 12
                                    

—¡Zoe!

El grito lejano de Hermes la despertó de golpe, apartándola deprisa del dios. Se levantó como un rayo, sonrojada y avergonzada ante la idea de que volvieran a pillarla en una situación semejante. Se adelantó cuando lo vio aparecer corriendo por una de las calles del Olimpo, olvidando a Zeus, el cual se incorporó más lentamente que ella.

—¿Cómo me gritas por mi nombre? ¿Y si alguien te hubiera oído? —exigió cuando llegó a su lado. Hermes sacudió la cabeza, restándole importancia.

—¡No te preocupes por eso ahora! Tenemos problemas más importantes —aseguró con nerviosismo.

—¿Qué ha sucedido?

Zoe no se dio la vuelta, pero supo que había sido Zeus quien había pronunciado esa pregunta como una orden directa. Por primera vez, no obstante, Hermes pareció no prestar atención al dios entre los dioses. Por el contrario, no apartó la mirada de ella.

—¡Te dije que no debías hablar con la esclava! —la regañó. Zoe intentó protestar, pero sus palabras quedaron atascadas en su garganta—. No importa, gracias a eso ha hablado.

Zoe frunció el ceño ante esa nueva información. No conocía muy bien a Eirene, pero podía llegar a jurar que la muchacha no abriría la boca en presencia de un dios a no ser que la situación fuese muy importante.

—¿Qué te ha dicho?

—Ha sido una suerte que la encontrara antes de que todo ocurriera —explicó de forma atropellada.

Zeus se adelantó y empujó a Hermes de forma sutil, alejándolo deliberadamente de delante de Zoe. Si el dios mensajero se sorprendió, no lo reflejó en absoluto.

—Deja de decir estupideces y habla de una vez —gruñó el dios.

Zoe puso los ojos en blanco, pero decidió no intervenir. Tal vez de ese modo conseguían saber qué había sucedido.

—Me lo dijo con el tiempo justo para poder salir de la fiesta y venir a avisaros. El rumor había empezado a propagarse entre los dioses de menor rango, pero la noticia corre como la pólvora, señor —Zeus torció el gesto.

—¿Qué noticia? —preguntó Zoe.

Hermes regresó la mirada a la joven, su semblante era tan serio como la primera vez que lo vio entrando por la puerta del salón de los Gracia.

—Las sirenas. Las sirenas están invadiendo la tierra.

Zoe no sabía cómo tomarse esa noticia. Las sirenas eran seres del agua, por lo tanto, ¿qué quería decir exactamente con invadiendo la tierra? Estaba a punto de formular su gran pregunta, como muchas otras antes que esa, pero ni siquiera tuvo la opción de seguirlos. La noticia había alarmado a Zeus de un modo inimaginable. Y en cuestión de segundos, ambos dioses habían desaparecido. Literalmente.

—¡Pero bueno! ¿Y yo qué? —protestó a pesar de encontrarse sola.

Ante la nueva situación, Zoe decidió ir de nuevo hacia el templo. No conocía nada más, por lo que si no encontraba allí a los dioses los esperaría hasta que regresaran. Si se acordaban de ella, la buscarían allí.

Si se acordaban de ella...

No había dado ni dos pasos cuando unos gritos ensordecedores la obligaron a darse la vuelta. A lo lejos, en el horizonte, unos seres alados revoloteaban como si se hallaran en pleno combate. No sabía mucho de mitología, pero no necesitaba el libro rojo para deducir que esos seres que luchaban en mitad del basto cielo, cerca del Olimpo, eran sinónimo de problemas.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora