2 - El rey que duda

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La ciudad de Chinon era muy bella en días de lluvia. Las calles empedradas se notaban más limpias y naturales, y los muros de la fortaleza parecían resplandecer llenos de un encanto divino.

Era una lluvia fría y bastante intensa, pero no lo suficiente para que nevara en aquella mañana del 6 de marzo. Sin embargo, no había casi nadie por las calles y en el castillo central de la fortaleza, donde se encontraban los aposentos reales, el Delfín y su suegra, Yolande de Aragón, iban abrigados y temían la llegada de una tormenta.

—Deberías recibirla, Charles. Sin dudar ni un minuto más.

Charles VII desvió sus ojos de la ventana, saliendo de su estado distraído, mientras veía caer la lluvia, y miró a su suegra.

—Ya no sé qué hacer... Unos me decís sí, otro no, otros quizás... ¿Y si no es más que una loca como mi padre y mi hermana?

—Tú padre estaba loco y firmó un pacto que nunca debería haber firmado. Pero tu hermana no tiene la culpa. Recuerda que fue vendida a Henry como una pobre prostituta.

—Pero los dos le han fallado a Francia, aunque eso no era lo que decían hacer.

—Esta muchacha parece tener las ideas muy claras, sin presiones ni artificios—Yolande se sentó junto a su yerno y posó una mano en su enclenque hombro—. ¿O es que ya no te fías de mi criterio? Veo inteligencia en esa mujer. Como la mía, y por lo que cuentan los que la están interrogando, Dios de verdad habla con ella.

Charles decidió hacer caso una vez más a su suegra y se dirigió él mismo hasta la oficina donde los prelados que interrogaban a Jehanne deliberaban sobre sus últimos avances.

Allí descubrió de primera mano todos los detalles que ellos habían averiguado sobre aquella chica que decía ser enviada de Dios.

Todo parecía ser idóneo. Ya casi no tenía dudas de que aquella simple campesina sería la clave para liberar a Francia del yugo inglés y, sobre todo, para conseguir su tan anhelada corona de forma legítima.

El inseguro Delfín aún estaba traumatizado por los acontecimientos de hacía siete años cuando, tras la muerte de su padre, el rey Charles VI, la corona de Francia había sido colocada sobre la cabeza de un chiquillo inglés de escasa edad.

Así lo había acordado el difunto rey en el Tratado de Troyes: tras la muerte de los dos monarcas que se disputaban el reino, solo el hijo del inglés podría gobernar sobre Francia.

En teoría los dos reinos conservarían sus costumbres y leyes sin someterse el uno al otro, pero tras la muerte de Henry V y Charles VI en tan solo dos meses, las disputas entre ingleses, borgoñones y armañacs continuaban, nadie respetaba nada y el hijo lactante de Henry V fue coronado como rey de los dos reinos en la catedral de París. Pero los partidarios de Charles VII, los armañacs, no se dieron por vencidos y coronaron a éste como rey de Francia, en una ceremonia prácticamente fraudulenta en la catedral de Berry, uno de los pocos territorios que aún le pertenecían.

Tras una hora leyendo y conversando con aquellos hombres, Charles se encontraba de nuevo con dudas. Seguían siendo muchos los partidarios de que no recibiera a Jehanne pero, tras tres días en Chinon, la noticia de que una campesina virgen había sido enviada por Dios para salvar a Francia, había ido de boca en boca, y ya eran muchos, nobles y plebeyos, los que veían en ella una esperanza alcanzable.

—¿Qué pensáis de todo esto, Monseñor?— le preguntó el Delfín al arzobispo de Reims, al verlo entrar en la sala.

—Es todo una absurdez, y la tal Jehanne la Doncella no es más que una loca—respondió Regnault de Chartres—. Mi rey, no debéis recibirla, eso no hará más que alejar de vos a los nobles armañacs que aún están de vuestra parte.

—No sé... No sé qué hacer, parece todo tan esperanzador.

—No es más que un espejismo, mi rey.

—¿Lo creéis realmente?—Charles recordó las palabras de su suegra, y las dudas comenzaron a hacerse un peso muy molesto en su cabeza—¿Acaso no dicen las profecías de los monjes antiguos que una mujer arruinaría Francia y una doncella de Lorraine la salvaría? Mi cuñado es un experto en esos textos antiguos y puede que la profecía esté cumpliéndose.

—No, no y no. ¿Una mujer salvando Francia? ¡Eso es una locura aún peor que la de haceros coronar gracias a esa campesina!

—Yolande no cree eso. Y está claro que desde hace años estamos en peligro por culpa de mi madre. Ella arruinó a mi padre, ella regaló el trono de Francia a Henry V... Pero también confío en vos, Monseñor—Charles se sintió débil de nuevo—. ¿Qué hago pues?

—Recibirla, por supuesto.

Yolande de Aragón entró en aquel momento dando como siempre, un halo de sentido común a su yerno.

—Acaba de llegar un mensaje de Robert de Badricourt—dijo la mujer teniéndole la carta al arzobispo—. Cómo veis, antes de venir hacia aquí, Jehanne predijo la última masacre sobre Orleans, dos días antes de que eso sucediera.

Regnault de Chartres leía aquel mensaje con ojos desorbitados. Se sentía impresionado y sin ninguno más de sus muchos argumentos en contra de la Doncella.

—¿De verdad?—preguntó Charles—¿De verdad ella es la enviada de Dios que nos va a salvar?

—Eso parece— respondió Yolande sonriendo—. Lo que está claro es que los detalles sobre su vida, que estos hombres han estado estudiando durante estos días, son claros y sin rastro de sospecha. Ella es una muchacha muy devota, reza todos los días, habla de Dios con tanta entrega como de ti, Charles.

—Está decidido—el Delfín habló con decisión por primera vez—.La recibiré.

—Yo me adelantaré—dijo su suegra—. Voy a verla ahora mismo a sus aposentos de la torre de Coudray. Quiero saber de primera mano cómo y cuándo quiere ella darte su mensaje.

Yolande caminó desde el castillo central hasta el porche que llevaba al castillo más pequeño de la fortaleza, llamado fuerte de Coudray, y allí el capitán de Chinon y habitante de aquel lugar, Guillaume Bellier, la acompañó hasta la torre donde estaba alojada Jehanne.

—¿Cómo ha sido su estancia aquí?—preguntó la mujer.

—Todo con normalidad. Bueno, sus interrogadores salían de la torre cada vez más tranquilos.

—Esa es una buena señal.

—Sí. Lo que no es buena señal es que esa muchacha hoy no ha comido apenas en todo el día.

—¿Ah, sí?

—No le he preguntado—respondió el hombre—. La única vez que la he visto hoy estaba rezando.

—Otra buena señal. Los prelados también me dijeron que suele rezar muy a menudo.

Guillaume Bellier estalló en risas y Yolande lo miró intrigada.

—¡Claro que reza! ¡No ha hecho otra cosa desde que llegó aquí!

Cuando la puerta se abrió, Jehanne estaba sentada en una silla, callada, quieta y con la mirada fija en la ventana que mostraba un cielo ya casi nocturno.

Al ver a Yolande, la joven se levantó e hizo una reverencia. No esperaba su visita, pero confiaba en que todo iría bien.

—Jehanne, soy Yolande de Aragón, suegra del rey.

—Mis respetos, Señora.

—Dime, Jehanne: ¿Por qué no has comido hoy?

—Es domingo—respondió la chica con normalidad—. Los domingos ayuno hasta la tarde como respeto a Dios en su día.

—Bueno, jovencita, desde ahora mismo seré tu representante y protectora en la corte de Francia.

—Señora... ¿Eso quiere decir que me vais a dar una oportunidad?

—Sí—Yolande sonrió al ver la inocencia de laactitud de aquella joven que hasta entonces había deprendido fuerza yrudeza—.Dentro de una hora, serás recibida por mi yerno, el rey Charles. 

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora