15 - El rey sonríe

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Aquellos cinco días transcurrieron con inmensa rapidez, ocurrieron muchas cosas y Jehanne comprendió por primera vez el verdadero significado de ser una heroína.

Sin apenas notar ni recordar el mal momento de la noche anterior, ya que se levantó algo más tarde de lo normal al igual que el resto de soldados, la guerrera asistió a la reunión de capitanes para dar una última orden a sus hombres sobre qué hacer con los pocos ingleses que quedaban en el territorio de Orleans.

—Estimados compañeros de armas—comenzó hablando en primer lugar mientras todos escuchaban atentos—, por respeto a Nuestro Señor, ya que es domingo, dejaremos marchar a nuestros enemigos sin entrar en batalla.

—Apoyo esa orden—añadió Gilles de Rais—. Es más, los pocos ingleses que quedan aquí, están ya levantando sus campamentos. Todo indica a que se retiran sin más problemas.

—Eso, por ahora...—dijo la Hire más desconfiado—. No me fio de ellos. Tienen a Talbot y el conde Suffolck sigue con ellos, no debemos subestimarlos. Son hombres de guerra hábiles y no dudarán en traer refuerzos.

—Tengo entendido que marcharán de todos modos. Y deberíamos respetar el día sagrado de hoy—Gamaches, que era el hombre mejor informado entre ellos, era también en el que más confiaban los soldados de Orleans—. Pero, Jehanne, la Hire tiene razón, si atacan, no podemos quedarnos quietos.

—Tenéis todos razón —dijo la Doncella—. Id tras ellos. Si se retiran sin más, dejadles ir a donde sea que vayan, Y si pretenden atacarnos de nuevo, tengan o no refuerzos, no dudéis y luchad para expulsarlos de forma definitiva de esta ciudad.

Ella se quedó dentro de las murallas para recuperarse del todo, tal y como le había prometido al padre Pasquerel. Ni siquiera llevaba su armadura, tan solo uno de sus dobletes más sencillos y el hombro izquierdo aún dolorido agarrado en cabestrillo para evitar moverlo más de la cuenta.

Lo que más le dolía aquella mañana era la imagen del cadáver de Glasdale delante de sus ojos. La muerte aún la asustaba y se veía incapaz de superar el pavor de ver muertos por todas partes. Y aquel capitán, aunque inglés y malcarado, era un hombre con grandes hazañas épicas a sus espaldas que no merecía para nada aquel horrible final.

Por eso, por orden de la misma Jehanne, el cuerpo fue entregado a los soldados anglo-borgoñones que estaban más cerca; quería que aquel valiente caballero tuviera un entierro digno.

Aquella triste estampa solo desapareció de su corazón y sus ojos empañados cuando las campanas de la catedral y de todas las iglesias de la ciudad sonaron con júbilo para despedir a los guerreros franceses que iban al encuentro del enemigo aquel domingo, ocho de mayo.

Por suerte no tendrían que entrar en batalla pero, como precaución, la Doncella había ordenado que las campanas sonaran y que sus hombres, entre los que estaban de Metz y Louis, rezaran mientras los clérigos de la ciudad entonaban un Te Deum lleno de sentimiento y ánimo.

Los siguientes días transcurrieron con tranquilidad, ya que con el asedio levantado, los oficiales se dispersaron hacia diferentes puntos y la guerrera se puso en camino hacia Tours para reunirse con el Delfín que quería verla y felicitarla.

Hubo festejos en todas las calles, procesiones religiosas de agradecimientos y, además, los hombres de armas consiguieron munición y algunas piezas de artillería que los enemigos habían dejado al abandonar el territorio más rápido de lo que les hubiera gustado reconocer.

—¿Nos volveremos a ver, Jehanne?—le preguntó la pequeña Catherine al decirle adiós.

—Ojalá, mi niña—la guerrera abrazó a la hija de Boucher y Jeanne sin saber qué decir.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora