22 - Confianza y desconfianza

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Pierre d'Arc y Jean de Metz salieron de su alojamiento riendo fuertemente y Pierre se atrevió incluso a darle una colleja a su querido compañero. El hermano de Pierre levantó una de sus cejas al verlos, pues sabía perfectamente lo que hablaban y pensaban, aunque hacía varias noches que no dormía con ellos. Ojalá hubiera podido ser un beso y no un golpe.

Los tres, vestidos sin los arneses de acero, pero armados con sus espadas de soldado, se dirigieron al lugar donde Jehanne y el resto de capitanes y nobles les esperaban. Para la Doncella de Orleans, el viaje hacia Reims debía ser cuanto antes mejor, pero comprendía que debían tomar todas las precauciones al tratarse de más de cuarenta leguas a través del territorio enemigo.

La Trémoille había permitido que el viaje se realizara, pues ya se veía sin excusas para retener a Charles sin luchar por más tiempo.

El chambelán no era consciente de que precisamente dejando al rey batallar junto a sus soldados, éstos y el resto de franceses, lo tendrían más en estima.

Eran ya demasiados los que pensaban que su monarca era un cobarde y débil, que no se atrevía a adentrarse en el campo de batalla.

Solamente los más cercanos a él, sabían que todo era por orden de la Trémoille, que prefería tener a su rey contento entre comilonas y bailes de cortesanos, para ser él quien realmente organizaba todos los asuntos políticos. Yolande de Aragón era la única que se atrevía a desafiarle y, por ello, entre otras rencillas familiares, el chambelán y el ducado de Anjou estaban en guerra secreta continuamente.

El único requisito que exigió fue que Richemont no les acompañara. Incluso el propio Charles, se negó a recibirlo sin tener en cuenta su epopeya en la batalla de Patay. Muchos capitanes y soldados se enfadaron por ello, Jehanne entre ellos, pero no les quedaba otra opción que obedecer a su rey. Atrás quedaría el recuerdo del gran caballero bretón, con su rostro desfigurado, su mano férrea y su bandera salpicada de armiño siempre erguida.

Cuando Pierre, Jean y de Metz llegaron hasta Jehanne, esta estaba dictándole una carta a d'Aulon. El escudero y caballero trazaba el texto con su bella caligrafía, sintiendo con intensidad cada palabra pronunciada y allí plasmada.

Nadie se atrevió a interrumpirles. Los demás soldados desayunaban o zurcían sus vestiduras. Y, solamente el heraldo Guyenne estaba sentado junto a Jean d'Aulon, esperando que la Doncella, que dictaba su carta de pie, armada con todas las piezas de su armadura excepto el casco, acabara.

JHESUS MARIA

A los leales habitantes de la ciudad de Tournai:

Gentiles franceses de Tournai, la Doncella os anuncia que, gracias al deseo de los Cielos, hemos expulsado al Inglés de toda la orilla del Loire. En ocho días, con innumerables muertos y heridos de los dos bandos.

El conde Suffolk, Talbot y Scales son ahora nuestros prisioneros, tomados en las fervientes batallas que nosotros hemos ganado. El hermano de Suffolk y el gran caballero Glasdale han fallecido por nuestros ataques, y las vidas de cualquier enemigo que se interponga en nuestro camino, será juzgada por Dios en consecuencia.

Yo, Jehanne, os ruego que sigáis manteniendo vuestra lealtad al verdadero rey de Francia, Charles, y os pido, por favor, que os reunáis con nosotros en Reims para su pronta coronación.

Que Dios os guarde y os de toda la gracia para seguir siendo fieles a la verdadera Francia y su verdadero rey.

Escrito en Gien el día veinticinco de julio de mil cuatrocientos veintinueve.

- Jehanne la Doncella.

En cuanto Guyenne partió a caballo para enviar la carta recién redactada, los soldados y nobles que harían el camino a Reims se reunieron en aquel descampado de las afueras de la ciudad de Gien-sur-Loire para hacer todos los preparativos necesarios.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora