5 - Forjando la Doncella

142 20 110
                                    

Jehanne se puso rápidamente la camisa interior larga y miró temerosa a Yolande. Le aterraba la idea de que alguien mirara y tocara entre sus piernas; nadie lo había hecho nunca y no pretendía que nadie lo hiciera. Solo su madre, su hermana y su madrina la habían visto desnuda desde que comenzó a tener cuerpo de mujer a los doce años.

—¿Por qué es tan importante esto para el Delfín? —preguntó la joven aún con miedo.

—Solo quiere asegurarse de que no le mientes. Si has mentido en algo tan importante, puedes haber mentido en otras cosas.

—Tengo miedo.

—No lo tengas, niña —la otra mujer le acarició la mejilla—. Si has dicho la verdad, lo cual nunca he dudado, no debes temer nada.

Jehanne suspiró con fuerza y se dio cuenta de que eso era cierto. Simplemente iban a comprobar algo que por suerte era cierto. Y afortunadamente, en la sala solo habría mujeres, incluida la monja encargada de examinar su pureza.

—¿Será mucho rato?

—No ̶ Yolande sonrió—.Vamos.

Las dos salieron de aquella habitación y entraron en la gran sala de los aposentos privados de Yolande de Aragón en Chinon, donde algunas mujeres esperaban su llegada.

Hacía frío, y más aún yendo vestida solamente con una camisa interior de algodón. Además, la sala estaba muy silenciosa y había en ella tanta luz que la joven temió que le vieran algo más que lo necesario para aquel examen.

Jehanne, aún nerviosa, observó a todas sin poder evitar sonrojarse y obedeció a todas las indicaciones que le dieron.

La última parte era la más dura pero, como le había tranquilizado la suegra del Delfín, ella era una verdadera virgen y no tenía nada que temer. Así que se tumbó en la camilla, separó las piernas y esperó a que la hermana Anna verificara su himen intacto.

Fuera la esperaba Jean d'Aulon, confiando en que todo saldría bien e ilusionado por lo que iban a hacer él y Jehanne cuando aquella comprobación terminara.

Se decía que d'Aulon era el hombre más bueno y noble de Francia. Era leal a Charles, fiel a todos sus amigos y familia y de temperamento valiente, pero también inteligente y sensible cuando era necesario. Incluso era, seguramente, el único hombre, no solo del reino francés sino también de toda Europa, que no le había sido infiel a ninguna de sus esposas; ni siquiera con prostitutas como era habitual en aquellos tiempos.

Había enviudado hacía un año de su primera esposa y ahora hacía apenas siete meses que se había casado con la segunda, Hélène, a quien respetaba en todo a pesar de haber sido un matrimonio más bien de conveniencia.

Además, Jean d'Aulon había sido un héroe admirable en sus dos últimas batallas, donde se decía que había luchado y vencido con gran coraje, habiendo salido ileso después de que hubieran muerto cuatro caballos de guerra montados por él.

Por todas esas razones, tanto Charles como Yolande decidieron que él sería el escudero y representante de La Doncella y uno de sus guardaespaldas durante toda su carrera militar.

Jehanne, sintiendo que el mal rato había merecido la pena ya que ahora todos sabían que era la verdadera Doncella, se vistió rápidamente con sus ropas de hombre y salió al encuentro de su escudero.

Lo saludó con una sonrisa amable y los dos salieron de la fortaleza de Chinon para dirigirse a las caballerizas.

Sus equipajes ya estaban preparados y por ello partieron sin demora hasta la ciudad de Tours. Antes de su misión, Jehanne no sabía usar las armas, ni escribir, ni tratar con militares y nobles. Pero sí sabía montar a caballo, en su aldea lo había hecho desde pequeña.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora