13 - Heridas y amigos

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Mientras todos se enfundaban en sus armaduras los unos a los otros, Jehanne rezaba con más devoción que nunca en un rincón de la plaza donde los hombres se preparaban. Ella llevaba desde las siete de la mañana con la armadura puesta, justo después de llegar a casa de Jacques Boucher desde la catedral donde había dormido desde la madrugada. Por suerte, nadie se había percatado de su ausencia, ni siquiera la pequeña Catherine, que despertó dándole un fuerte abrazo a la guerrera.

Una vez los soldados estuvieron armados y dispuestos, todos se encaminaron hacia la puerta de Borgoña, de donde saldrían en dirección al último bastión por liberar.

Pero una vez más, nada iba a ser fácil. Había guardias en aquella entrada a la ciudad con órdenes que provenían de las altas esferas, y del propio Bastardo de Orleans, para que no dejaran pasar a nadie. No querían precipitarse contra las Tourelles tan pronto, no tras saber que Glasdale y Talbot habían recibido refuerzos para el ataque durante toda la noche.

—¿Qué está pasando?—preguntó Jehanne, deteniendo su caballo negro, sorprendida.

—Raoul de Gaucourt llegó ayer a la ciudad—explicó el propio conde Dunois al ver llegar a la comitiva de soldados a caballo—, y por orden suya, las puertas de Orleans permanecerán cerradas hasta que él mismo, como capitán de Orleans, decida cuándo atacar las Tourelles.

—¡Todos los jefes de guerra decidimos ayer que hoy sería ese día!— exclamó la guerrera enfadada—. Ni él ni nadie puede cambiar ahora todos los planes.

—La Doncella tiene razón— añadió La Hire dirigiendo su montura junto a ella—. Invertimos muchas horas de ayer en idear el ataque de hoy. No podemos cambiar.

—Sabéis que Gaucourt no es solo el capitán de esta ciudad sino también uno de los mejores validos del rey, ¿verdad?

En mitad de la pelea verbal, algunos ciudadanos de a pie se habían armado por iniciativa propia y pedían a gritos que se abriera esa puerta para que el ejército francés pudiera guerrear.

—Por supuesto que lo saben— una voz profunda se alzó sobre la de los que discutían allí—. Pero él ha estado herido durante mucho tiempo. Y durante todo ese tiempo no ha ocurrido nada bueno aquí.

Jehanne y sus compañeros miraron estupefactos al recién llegado señor de Gamaches. Recubierto por su vieja armadura y una sobrevesta con su blasón de barras en azur, gules y plata, el hombre de cabellos grises y brazos fornidos imponía más que nunca.

—Bueno, yo, como conde de Orleans, le sustituí en ese tiempo, mientras estaba indispuesto...

—Dunois... Yo soy el primero que siempre desconfió de esta mujer soldado. Es más, me negaba a recibir órdenes de una fémina. Pero dime, ¿cuántos avances hemos hecho en ocho meses desde que Gaucourt fue capitán? ¿Y cuántos hemos hecho en tan solo seis días desde que Jehanne llegó aquí?

La verdad hablaba por sí sola, Dunois se daba cuenta de ello y los ciudadanos voluntariamente armados gritaban cada vez más, a la vez que empujaban para que la puerta de la ciudad fuera abierta de una vez por todas.

En realidad, la joven guerrera no estaba del todo de acuerdo con aquellas palabras, pues gracias a Raoul de Gaucourt todos los soldados habían conseguido llegar a salvo a la ciudad en el día anterior. Y a la vez el tiempo apremiaba para su misión divina y aquel seis de mayo era el día preciso para la toma de las Tourelles.

—Lo que dices es cierto— respondió al fin el Bastardo—. Pero aquí al que de verdad debemos obedecer es al capitán de la ciudad. Tú eres solamente un noble más, incluso yo, como conde, tampoco tengo tanta voz como él.

—Los soldados franceses ya hemos tomado una decisión— añadió Gamaches sin alterarse ni un ápice—. Y los ciudadanos también. Además, yo soy el que aporta más dinero que nadie en Orleans.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora