14 - Libertad

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Su doblete rojo estaba empapado en sangre a pesar de que la hemorragia ya estaba detenida. El dolor en la herida de su hombro izquierdo era insoportable y ella, en aquella esquina de la capilla del hostal de Saint-Boeuf, intentaba centrar su mente y padecimientos en sus rezos. Y lo consiguió, pidiendo a Dios que todo saliera como San Miguel le había prometido.

Orleans volvería a ser Francia y el ejército anglo-borgoñón sería expulsado de esa ciudad de forma definitiva dando más posesiones clave a la corona del Delfín Charles, quedando así menos tierras conquistadas del rey en pañales, Henry VI, y su regente John de Lancaster y Bedford.

Se levantó después de orar durante una larga media hora y, ya en pie, sintió de nuevo aquel hormigueo en las extremidades. Era mucho menos intenso que el anterior a su ataque pero, sumado a la pérdida de sangre, hizo que al salir al exterior la joven tuviera problemas para mantenerse en pie.

—¡Señorita Jehanne!— exclamó el guardián del hostal sujetándola para impedir que cayera al suelo—. ¿Necesitáis ayuda? Puedo acompañaros hasta vuestros compañeros...

—Sí, necesito ayuda— dijo ella dejándose ayudar por aquel hombre—. Debemos reparar el puente. Arreglar los dos arcos rotos que van desde el boulevard de Belle-Croix hasta las Tourelles.

—No os preocupéis. Yo me encargaré de eso.

Jehanne miró con sus grandes ojos al hombre y supo que decía la verdad. A su alrededor había algunos de los ciudadanos que se habían armado aquella mañana para luchar junto a los soldados. Algunos estaban heridos. Los que no, serían los encargados de lograr reparar el puente roto para conseguir lo que La Doncella se proponía.

La guerrera caminó sujetada por el padre Pasquerel hacia donde seguían descansando sus compañeros de armas y se sentó para hacer lo mismo. Aún no habían conseguido ganar el bastión enemigo y, aun así, ella tenía una fe rotunda en que lo lograrían antes de que cayera la noche.

Jean d'Aulon aún guardaba el estandarte de su compañera entre sus manos y Jehanne estaba en un estado en el que realmente no recordaba en absoluto nada de lo ocurrido en las horas anteriores. Ni su crisis, ni sus visiones, ni cómo había caído herida de un saetazo hasta el foso.

Así que, quitándole el estandarte de las manos a d'Aulon con el brazo sano, hizo reunir a todos los allí presentes para acabar lo que con tanto esfuerzo habían empezado.

—Caballeros, escuderos, arqueros y demás hombres de armas aquí presentes— su voz era tan fina como siempre y, a la vez, desprendía una fuerza férrea en cada palabra y orden que daba—. Ha llegado el momento de continuar esta última batalla en Orleans. Hace cinco días os prometí que la ciudad sería liberada pronto. No dudéis, porque así será. Ahora mismo el Inglés está tan desprevenido y confiado que su bastilla y el boulevard serán nuestros sin ninguna oposición. Nosotros lucharemos y, una vez más, Dios nos dará la victoria. ¡Por Francia y por el Señor de los Cielos!

La mayoría se unieron a su grito de guerra, Pasquerel rezó aún más intensamente, de Rais se armó hasta los dientes, y los que dudaban de su entereza, dado que estaba herida, vieron admirados que su capitana era aún más poderosa de lo que aparentaba. A ella no le hubiera gustado nada esa forma de verla tan alejada de su eterna sencillez; todo era por obra de Dios y su hijo Jesús, ella no tenía ningún mérito sin ellos.

D'Aulon la enfundó en sus arneses de acero y, después, Louis de Coutes la ayudó a montar en su nuevo corcel. E inspirada por un sentimiento divino y guerrero a la vez, cabalgó fieramente blandiendo su bandera, a la cabeza de toda la horda de franceses que se abalanzó sobre las Tourelles por el sur.

Los hábiles arqueros ingleses arrojaron sus flechas sobre ellos, pero los cañones franceses los detuvieron.

Los soldados enemigos empuñaban sus espadas y hachas con verdadera destreza, pero el escuadrón a pie de la Hire fue aún mejor y los vencieron sin impedimentos.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora