32 - La heroína más humilde

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—Al fin estamos de acuerdo en algo, mi Soberana—dijo La Trémoille con una tranquilidad demasiado afable.

—Sí, eso parece—Yolande de Aragón estaba todavía sorprendida al ver como habían girado los acontecimientos—. Al fin y al cabo, se trata de una alianza que nos conviene a todos por igual.

—De momento, si os parece bien a todos los aquí presentes, no firmaremos nada—dijo René d'Anjou viendo que la matriarca de su familia estaba tan decidida.

Los demás hombres reunidos en la sala y la propia Yolande estaban de acuerdo y asintieron sin ninguna duda.

Hacía unos años que las familias de Anjou y Bretaña se habían enemistado tras la ruptura de compromiso de matrimonio entre el hijo mayor de los Anjou y la hija del duque de Bretaña. Una alianza prometida desde el nacimiento de los dos príncipes que se vio anulada por Jean V de Bretaña que, de forma abrupta, se negó a casar a su hija con un rey aún sin trono(1).

Aquello había creado una enemistad entre ambas familias desde 1415 hasta la fecha, en febrero de 1430.

Incluso siendo los Anjou aliados de Arthur de Richemond, también hijo de Jean V de Bretaña, con sus propios intereses, la disputa entre ellos era sabida por todos en Francia.

Ahora, la reina Yolande tenía la oferta de que su hijo menor, Charles, fuera ordenado caballero con tan solo dieciséis años gracias a un acto honorable con el ducado de Bretaña. Rechazar aquello sería insensato. También urdían una nueva boda entre familias.

—Confío plenamente en que Jean V me dará los soldados prometidos—añadió La Trémoille, adivinando las intenciones de esperar de René.

—No hay dudas de eso, mi señor Georges—respondió el joven duque—, pero mi hermana acaba de enviudar, casarla con el hijo de Jean V sería precipitado. Esperemos unos meses, al menos.

—¿Harán falta solamente meses para convencer a todos?

—Lo dices por La Doncella, ¿verdad?—dijo Yolande con el corazón en un puño.

—Evidentemente, mi Soberana. No creo que a sus seguidores les agrade ver otra vez al rey y Richemont enfrentados. Y ese encuentro es más que probable dado que estaremos en tierras bretonas para ese sarmiento de fraternidad.

Por primera vez, la reina se percataba del peligro del poder de la guerrera. Siempre le había contentado que la joven tuviera más simpatizantes que su yerno, pero para aquello la cosa era distinta.

—Sinceramente, señor mío: adoro a Jehanne, pero si debo escoger entre ella y mi hijo, evidentemente, escojo a mi hijo.

—Los dos sabéis mis sentimientos hacía Jehanne—dijo René más firmemente que su madre—. Pero opino lo mismo: mi hermano Charles está por encima de esa mujer.

—De momento, que Gilles de Rais no sepa nada de esto.

—No creo que se entere hasta dentro de mucho—la suegra del rey sonrió—. Hace dos días que partió hacia Tiffauges para el nacimiento de su primogénita. Eso lo mantendrá lejos y ocupado.

—Aun así, desconfío de él.

—Señor Georges, Gilles no ha demostrado nunca ser más fiel que cualquiera de nosotros...

—No me preocupa solo su fidelidad a Jehanne—contestó La Trémoille inquieto—, sino también su doble papel, el que siempre ha tenido al ser Anjou(2) y bretón a la vez.

—Dejaremos a nuestro apasionado mariscal lejos de estos asuntos, pues—el cuñado de Charles VII alargó la mano hacía el gran chambelán—. Firmaremos en otro momento, pero os doy la mano como señal de paz después de tantos años de desprecios.

****

Tras la retirada a principios de diciembre y habiendo recibido el ennoblecimiento de su familia, de manos de Charles VII, Jehanne pasó unos meses lejos del petulante entorno de la corte real.

Estuvo alojada en Orleans, Jargeau y algunas poblaciones de Berri, recibiendo, no sin sentirse intensamente abrumada, muchos regalos, homenajes y palabras de halago.

Su hermano Pierre la acompañó en algunos de esos viajes, compartiendo su sencilla vida, tan alejada incluso de la vida de soldado. Hasta que el joven de veinte años se dio cuenta de que ni siquiera allí podría reencontrarse con su querido compañero, Jean de Metz, y decidió regresar antes que ella a la corte.

Jean d'Aulon seguía cerca de Sully-sur-Loire junto a sus hijos y esposa, y el otro hermano de la guerrera ya se había instalado de forma definitiva junto a los nobles de Bourges, como uno más. Ahora su apellido era ‹‹de Lys››, como el de toda la familia de Jehanne y sus futuros descendientes.

Pierre había aceptado ese honor con un poco más de humildad, al igual que el resto de la familia d'Arc y Romée. Y más aún Jehanne, que ni siquiera quiso añadir su nuevo escudo heráldico al estandarte ni armadura.

—Cuánto me alegra saber que la hija de mi pariente en Orleans te quiere tanto—dijo Marie le Boucher mientras ella y Jehanne cosían—. Ellos te tienen mucho cariño por aceptar acogerte en mi casa.

—Os lo agradeceré eternamente, señora Marie. Y más, siendo la segunda vez que me alojo en vuestra casa.

—No es nada, querida. Cuéntame más cosas de esos meses en tu querida ciudad, ¡venga!

—Pues, pasadas las Navidades no hay mucho más que contar—dijo la joven sonriente—. Todos están muy dichosos... Aunque, la verdad, me siento demasiado importante... No sé, yo prefiero vivir humildemente, pero allí todos me adoran como a un ídolo.

—Es normal, Jehanne. ¡Liberaste nuestro país de muchas cosas malas!

—Ayudada por Dios, cualquiera lo habría podido hacer. En Jargeau hubo incluso un grupo de mujeres que me trajeron montones de rosarios e imágenes de santos para que los tocara. ¡Creían que yo los haría más poderosos tan solo con mis manos!

—¿Y qué les dijiste?

—Que los tocarán ellas mismas. Porque aunque yo lo hiciera, no serían ni mejores ni peores.

—Buena respuesta. Ahora estás aquí, en Compiègne, y todos te queremos casi tanto como en Orleans—Marie acarició la mano de la guerrera con afecto—. No te angusties. Al menos aquí vas a seguir con la campaña militar.

Estaban a finales de abril, justo un mes después de que el ejército francés retomara su actividad en las zonas de Normandía y los alrededores de París.

Ella había luchado en Meun, y gracias a La Hire y otros dos capitanes, quienes continuaban haciendo todo lo que La Doncella les aconsejaba, casi todo habían sido victorias.

—Pues sí, en unos días habrá un nuevo asedio y los soldados del bando armañac estaremos para defenderos. Aunque tenga que hacerlo sin el consentimiento del rey.

Jehanne se quedó repentinamente en silencio mientras cosía. Sus dedos continuaban moviendo la aguja y el hilo hacía su función, pero la mente de La Doncella estaba lejos.

Sabía que le quedaba poco tiempo. Sus santas habían sido muy claras, aunque continuaban aconsejándole que luchara.

Así que lucharía hasta el final, pasara lo que pasara. Esa era su misión en la vida, y seguramente con su sacrificio se conseguirían muchas cosas más. Solo esperaba que jamás se le hiciera santa por aquello. Ella no era digna de aquello, ella era una simple campesina y soldado, como los demás, no pedía más.




1)Louis III de Nápoles, el hijo mayor de la reina Yolande y el rey de Nápoles, Sicilia y Provenza –y duque d'Anjou-, se había visto envuelto en guerras civiles ibéricas e italianas desde el inicio de sus reinados en ambos territorios. Había demasiadas ramas de la misma familia interesadas en las coronas y Louis, aunque era el rey legítimo, tuvo que luchar y esperar para ocupar el trono.

2)Gilles de Rais era Anjou por parte maternal. Su abuelo, Jean de Craon, era miembro de una de las ramas de esa familia. De hecho, incluso si el mariscal es considerado bretón de nacimiento y nacionalidad, muchos decían que él tenía más de angevino que bretón, pues fue su abuelo materno el que lo crió.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora