29 - Nuevos planes en la corte

50 9 57
                                    

Pierre y Jean de Metz se despidieron con un abrazo igual de efusivo que el del resto. Les hubiera gustado despedirse de una manera mejor, pero el dolor habría sido demasiado fuerte. Ni siquiera habían pasado una última noche juntos, como casi todas desde que se conocían.

La última a quien dijo adiós el escudero francés fue a Jehanne. Él había sido el primero en creer en su misión, el que la había llevado ante el gobernador Badricourd para ser enviada hasta el Delfín. Y había luchado bajo su mando en todas las batallas que la guerrera había presenciado.

Por eso, por tantas hazañas, ahora el hombre había sido destinado lejos, para emprender una campaña militar mejor y con mayores honores militares.

—Esta vez nos despedimos realmente, ¿verdad?—dijo de Metz separándose del abrazo de la joven.

—Cuídate mucho, por favor.

—Lo haré. Y tú sigue siendo la misma siempre, ¿vale?

—Por supuesto, si Dios lo quiere así.

Jean miró por última vez a su querido compañero con sus ojos verdes al borde de las lágrimas y Pierre le dio un último adiós con la mano.

No iba a ser fácil para nadie aquella separación.

No solo por la gran amistad y sentimientos forjados desde hacía tantos meses.

Jehanne tenía mucha inquietud en su corazón. Desde que su espada sagrada se había roto y había saboreado su primera derrota en la guerra un día después, ante los muros de París, la joven no había vuelto a ver nada como antes.

Sus voces le habían recomendado permanecer en Saint-Denís durante más tiempo. Pero no le decían nada más a pesar de sus preguntas. No sabía si debía intentar otro asedio, si debía abandonar la ciudad; ni siquiera le habían revelado si ganarían o perderían.

Solamente sabía que debía quedarse allí. Y no pudo cumplir, ya que cuando el duque de Alençon y ella se disponían a atacar de nuevo, aparecieron René d'Anjou y el duque de Borbón con una orden firme de Charles VII para que pararan el ataque de inmediato y regresaran con él.

La tregua con el duque de Borgoña ya había salido de sus manos hacía el destinatario y no quería más burlas.

No había más posibilidades de desobedecer como ya habían hecho. La guerrera solo tuvo tiempo de rezar en la catedral de Saint-Denis, escuchar la misa, recibir la hostia sagrada y hacer una ofrenda al santo: la armadura robada al inglés que había vencido, su casco y su espada quebrada.

Al mismo tiempo que días después los ingleses entraban en aquella catedral para robar y destrozar las ofrendas de La Doncella de Francia, como símbolo de su primer triunfo contra ella, Alençon estaba siendo duramente regañado por su monarca.

—¡Atacasteis la ciudad desobedeciendo mi orden!

—Intentamos tomar París porque es lo que debíamos hacer por el bien de Francia y su rey.

—¡El rey de Francia soy yo!

—Por supuesto, Charles. Pero Jehanne y yo sabemos que tú mereces tener la capital. Ahora mismo, sin ella, cualquier paso en la guerra no servirá por mucho tiempo.

—Ahora hemos hecho una tregua, Jean—Charles intentó calmarse, pues se había enfadado como nunca nadie lo había visto en sus veintiséis años de vida—. El duque de Borgoña es nuestro aliado y debemos respetar el cese de los ataques a sus territorios.

—Maldita coincidencia que ahora París sea suya...

—Debemos respetar también eso.

—Primo, lo que debemos hacer es aprovechar que Dios está de nuestro lado. ¡Con Jehanne al frente de tu ejército podemos lograr grandes cosas como hasta ahora!

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora