6 - La segunda prueba de confianza

111 18 63
                                    

Étienne de Vignolles, más conocido como el capitán La Hire, sentía que algo hervía en sus entrañas por la rabia e incomprensión. Rabia producida al tener que obedecer las órdenes de quien para él no era más que una niñata con aspiraciones a soldado, que ahora había tenido aquella idea descabellada de prohibir el acceso a las prostitutas por parte de los soldados. E incomprensión porque su cabeza no atinaba a comprender por qué el rey, Yolande de Aragón y el jurado de Poitiers habían podido creer en ella viendo que casi ningún otro capitán confiaba en sus palabras ni estrategias, incluso cuando la Doncella señalaba sitios clave en los mapas de Orleans y sus alrededores, dando las indicaciones que creía oportunas.

Fue la propia Jehanne la que se encargó de expulsar del campamento a todas las prostitutas, dándoles los medios para que regresaran sanas y salvas a la ciudad e incluso dando de beber a una que acababa de ser golpeada por uno de sus amantes.

No quería ese tipo de distracciones pecaminosas, ni que sus hombres explotaran sexualmente a mujeres como ella. Tampoco quería que la confundieran con una de ellas, pero nada de eso le impedía sentir piedad por esas mujeres.

Por otro lado, también prohibió embriagarse con bebidas alcohólicas y obligó a rezar y confesarse a todos los soldados, fuera cual fuera su rango, antes de partir hacia sus destinos.

A pesar de que La Hire tenía aquel apodo(1)por su conocida fiereza y su mal carácter con enemigos y amigos, el hombre no sabía muy bien cómo lidiar con Jehanne.

Sentía ganas de gritarle todo lo que pensaba de ella y enviarla lejos, después de una regañina y una buena torta.

Pero había algo que le impedía ser violento con ella. Quizás porque no sabía muy bien cómo dirigirse a ella, dado que no era más que una mujer, quizás demente, o porque sabía que si se enfrentaba a ella la chica huiría llorando y la ilusión del pueblo francés se desvanecería.

La mayoría de capitanes allí presentes opinaban lo mismo que él: Jehanne sería solamente un elemento para motivar a los ciudadanos e incluso a las tropas. Por eso, aquella tarde en el campamento de Blois, los líderes militares organizaron sus planes con dos versiones.

—Atacaremos las Tourelles antes que cualquier otra bastilla (2) ̶ ordenó Jehanne ̶ . Así nos enfrentaremos directamente al objetivo más difícil, ahorrando tiempo. Y así, además, Talbot será derrocado rápidamente de su poder sobre la ciudad.

—¿Estás segura de que eso es lo correcto?

—Sí. El Señor de los Cielos lo quiere así, y solo él tiene la verdad. Nosotros lucharemos y Dios no dará la victoria.

—Y mientras tanto, ¿cómo meteremos el convoy de víveres para los ciudadanos de Orleans?—insistió La Hire, mostrando por fin algo de irritabilidad.

—Si nos enfrentamos todos a la Bastilla más poderosa, los ingleses reunirán allí todas sus fuerzas. No habrá apenas soldados en Saint-Jean-le-Blanc y, desde allí, un número reducido de los nuestros podrá pasar los víveres y munición sin apenas resistencia enemiga.

Los demás capitanes se quedaron callados ante aquella estrategia; algunos se habían convencido de que esa era una buena idea. Pero la mayoría sabía que aquello era una locura que provocaría demasiados muertos entre los suyos y muy pocas probabilidades de entrar en Orleans.

Además, dando la vuelta por la orilla derecha del Loire, de sur a norte, como había ordenado el Bastardo de Orleans, podrían tener sus hombres en mayor número y con un enemigo más débil.

—¡Hora de comer!— exclamó el heraldo Guyenne, queriendo poner fin a aquella pantomima de reunión—. Nos esperan unas jornadas largas de viaje y guerra. Con el estómago lleno, mejor.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora