1 - La enviada de los cielos

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—Cuidaos mucho, ¿vale?—les dijo Jehanne abrazándolos a los dos a la vez— Ojalá nos volvamos a encontrar.

—Cuídate tú también—le respondió Jean de Metz cogiendo sus manos entre las suyas—. Y si nos volvemos a encontrar, explícanos todo con muchos detalles.

—Que Dios te acompañe en este día y en todas tus posibles batallas—le dijo Bertrand de Poulengy, más preocupado que su compañero.

—No temáis, Bertrand—Jehanne sonrió—. El Señor de los Cielos siempre está y estará conmigo.

La joven campesina les dio un último adiós agitando la mano y se alejó de ellos acompañada por dos hombres enviados por el Delfín y un sacerdote.

Hacía cuatro horas que había llegado a la ciudad de Chinon, faltaba poco para el ocaso, pero en la corte del Delfín aún había dudas sobre si recibirla o no.

Así que Jehanne había tenido que acceder a ser interrogada por algunos expertos y gente cercana a la corte real antes de darle un sí a su entrevista con el futuro rey de Francia.

No podían arriesgarse a que ella fuera una aliada de los borgoñones o una fanática más en contra de aquel aspirante al trono y que quisiera matar al Delfín Charles delante de todos.

La joven campesina fue llevada a un edificio laico de la misma ciudad, donde la invitaron a sentarse en un pequeño despacho bien amueblado, pero demasiado frío e incómodo para Jehanne.

Los dos prelados y el sacerdote se sentaron frente a ella acompañados de un funcionario con pluma y papel, y la miraron fijamente.

Como queriendo adivinar qué se ocultaba tras aquella mujer misteriosa de cabello negro cortado al modo de los soldados franceses, y ojos grandes; de momento nada objetarían sobre su vestimenta masculina.

Eso era lo que les provocaba peores pensamientos a todos.

—¿Cuál es tu nombre real?—le preguntó al fin uno de los hombres.

—Me llamo Jehanne.

—¿Jehanne la Doncella?

—Así me llaman desde que fui enviada desde Vaucouleurs hasta aquí.

—¿Y bajo qué designio quieres hablar con el rey?

—No soy yo quien quiere hablar con el Delfín, sino el Señor de los Cielos. Y el mensaje se lo debo dar directamente a él.

Los tres hombres se miraron sin comprender ni averiguar aún nada y el hombre que anotaba no levantaba los ojos del papel.

Él llevaba tiempo oyendo hablar de La Doncella entre los círculos de la nobleza.

Solo hacía dos semanas que Jehanne había aparecido en escena, pero ya eran muchos los que sabían sobre ella. Algunos con sentimientos esperanzadores y otros con escepticismo y demasiada desconfianza.

Al verla delante de él, hablando con tanta firmeza en sus palabras e inspirando tanta fidelidad en Dios, el escribiente se sentía reconfortado.

En cambio, los interrogadores no se lo iban a poner tan fácil.

—Somos nosotros quienes debemos decidir si tú hablarás con el rey o no. Así que danos ese mensaje y nosotros se lo transmitiremos.

—No—Jehanne comenzaba a temer. Santa Catalina le había prometido que todos creerían en su misión pero, desde su llegada a Chinon, todo se estaba complicando minuto tras minuto—. Dios me ordena que solo el futuro rey puede recibir ese mensaje.

—¿Por qué no le llamas nunca rey?

—Mis voces me recomendaron no llamar rey al Delfín Charles hasta que él sea coronado en la catedral de Reims.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora