23 - Avanzando

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—La echas mucho de menos, ¿verdad?— preguntó Jehanne sentándose junto a él en un banco roto del patio de la casa donde se alojaban.

Era de noche, d'Aulon no podía dormir y ella se acababa de levantar para ir al baño.

—Sí. Bueno, es complicado...—Jean, aún con la bolsita de flores secas de su mujer en las manos, sonrió levemente—, hacía apenas cinco meses que nos casamos cuando partí de mi región para servirte a ti. Así que no la conozco casi. Y aún así, y a pesar de que fue un matrimonio de conveniencia, es una mujer tan buena que es imposible no encariñarse con ella.

—Entonces, te casaste con ella al poco tiempo de enviudar de tu primera esposa.

—Sí. Mi pobre Michelette... Ella si fue una boda por amor. Me dio tres hermosos hijos a los que quiero con toda mi alma.

—Tengo una duda acerca de los matrimonios desde hace un tiempo... Y creo, Jean, que tú eres el único del que puedo hablar de estas cosas tan íntimas.

—¿Qué quieres saber?

—¿Es muy complicado dar a luz? Mi hermana debe haberlo hecho ya, y temo que haya sido muy doloroso.

—La verdad es que depende de cada parto. Michelette tuvo dos alumbramientos sin problemas. Y eso que el primer embarazo fue algo complicado. El tercer parto fue el peor de todos. Ella estaba enferma, dio a luz a nuestro niño sano. Pero quedó muy debilitada y por eso, unas fiebres se la llevaron un tiempo después.

—Lo siento mucho, Jean—la guerrera se contuvo las lágrimas, pero acarició el hombro de su amigo, tiernamente. —¿Y Hélène aún no te ha dado hijos?

‹‹Ni siquiera lo hemos intentado››, pensó d'Aulon conteniéndose también. Respetaba a su mujer de conveniencia en todos los sentidos, pero aquello no era algo de lo que hablar con una mujer. Y menos, con una mujer virgen como Jehanne.

—No. El tiempo dirá.

Jehanne apoyó su cabeza sobre el hombro de su compañero de armas y cerró los ojos. Él, sin atreverse a ser demasiado atrevido, colocó una mano sobre la de ella y sonrió mirando las estrellas del cielo nocturno de aquella tercera y última noche en las afueras de Auxerres.

La joven agradecía a Dios que ella no fuera a tener nunca hijos. Le aterraban los dolores del parto.

Y cuando se levantó para volver a su dormitorio, poco después, rezó con intensidad para que su hermana Catherine hubiera tenido el mejor de los partos que una mujer pudiera desear.

Su hijo era precioso, de eso estaba segura. Y ojalá también sano y fuerte. Confiaba en Dios, como siempre. Él haría lo mejor para ellas.

Tras rezar, se metió en la cama de nuevo, con cuidado de no despertar a la mujer que dormía en el lecho de al lado, y el sueño la alcanzó rápidamente, haciéndole soñar con los campos de su añorada Domrémy.

****

En un lugar apartado, desde donde podía controlar a los soldados que esperaban frente a Troyes, Jehanne observaba a todos los que conocía y que estaban allí, arriesgando sus vidas, su salud, y estando lejos de sus seres queridos por lo mismo: defender Francia del invasor y llevar a su rey sano y salvo a coronar.

La mayoría de soldados eran guerreros y caballeros con grandes hazañas a sus espaldas pero también había hombres del pueblo llano que luchaban desde hacía tiempo con tanto fervor como ellos.

Y los comprendía perfectamente pues también ella misma se había marchado de un lugar muy diferente para luchar y dirigir ese ejército. Aún sentía remordimientos al ver tanta gente morir bajo sus órdenes y por ser tan halagada y admirada, algo que detestaba y que estaba tan lejano de su humildad característica. Pero Dios y Jesucristo lo querían así y ella no podía desobedecer a los designios divinos.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora