35 - El rey que compra

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Al ilustre y noble príncipe, mi señor Jean de Luxembourg:

Le escribo en nombre de nuestro ilustrísimo y poderoso rey Henry VI, que como gran cristiano ordena junto al obispo de Beauvois que esa mujer llamada Jehanne La Doncella, conocida por idolatrar e invocar demonios y otras fuerzas contrarias a la fe de nuestro Dios, sea entregada a nuestro inquisidor de la verdadera santa Iglesia para que sea juzgada por sus crímenes contrarios a la doctrina cristiana y a nuestro honorable reino de Inglaterra.

Vos, como buen príncipe católico y gran señor aliado, al igual que el ilustre duque Philippe de Borgoña, tendréis el favor de nuestro Señor si, tal y como les rogamos, nos entregáis a esa hereje por cuyos actos le haremos juicio y castigo.

Que Dios sea generoso y os llene de gloria.

- Escrito en Normandía el día catorce de julio de mil cuatrocientos treinta.

A Jean de Luxembourg le llegaron cuatro cartas en pocas semanas con ese mismo cometido. Tanto los teólogos de la Universidad de París como del obispo Pierre Cauchon, bajo cuya diócesis había sido capturada Jehanne, querían lo mismo: que la guerrera fuera juzgada por un tribunal eclesiástico por sus acciones contrarias a Inglaterra y la fe cristiana.

Aseguraban que invocaba demonios, adoraba seres infernales diciendo que eran Dios y sus santos, y la acusaban de hereje. A ella, que era mejor cristiana de buen corazón que todos ellos juntos.

El obispo de Beauvois, Cauchon, tenía además una sed insaciable de venganza sobre ella desde que hacía un año su ciudad se había entregado de forma voluntaria a Charles VII, gracias al amor que sentían sus habitantes por La Doncella. Ya para nadie era un secreto las falsas sospechas de que Jehanne adoraba al Diablo y que sus voces venían de él.

En una de esas cartas también se dejaba claro que ‹‹como hereje, esa mujer debe ser juzgada por un proceso inquisitorial y no como una prisionera de guerra, como está siendo tratada hasta ahora››.

Se contradecían en esa acusación, pues el regente del rey Henry VI ofrecía dinero a todos los que habían tenido encerrada a la heroína y prometía aún más para quien lo hiciera en el futuro. La estaba comprando como a un prisionero de guerra, pero su delito para el juicio sería meramente religioso y sus jueces, clérigos.

Después de tanto tiempo entre los muros de Beaurevoir, Jehanne ya sabía que las damas borgoñonas que la trataban con amabilidad, en realidad, estaban intentando convencerla para fines nada buenos.

—Si eres tan hábil en la batalla como cosiendo, eres realmente una gran guerrera—dijo la Dama de Luxembourg, tía de Jean de Luxembourg.

—No lo creo, señora. Soy mejor con la aguja—Jehanne sabía de sobras que la anciana era la única que de verdad la apreciaba, con sinceridad ni manipulaciones—. Aunque si quiero ser un buen soldado, es mejor que mis compañeros no sepan ese dato.

La joven sonrió mientras la otra mujer reía enérgicamente, las dos bordando unas bonitas telas de color rosa y blanco.

—Espero realmente que Dios te siga cuidando, querida—la Dama de Luxembourg miró los grandes ojos de la joven muy conmovida—. ¿Ya sabes lo de las cartas enviadas a mi sobrino?

—Sí, lo sé desde hace dos días... Si Dios así lo ha dispuesto en mi vida, no tengo más que aceptarlo.

—Aun así—la anciana dejó de coser y acarició con cariño la mano de Jehanne—, haré todo lo que esté en mi mano para que Jean no te venda a nadie. Te lo prometo y, pese a mi edad, todavía conservo algunos privilegios de mi difunto esposo.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora