26 - Tratada como uno más

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El empeño de los hombres de confianza de Charles VII para regresar al territorio del Loire era tan grande que no dudaron en recorrer varios quilómetros, conquistando ciudades que capitulaban de buena gana y llevando a una gran cifra de hombres y mujeres de la nobleza con ellos.

Parecía todo muy idílico, a pesar de no entrar en los planes de los mejores capitanes. Y, obviamente, eso les afectó negativamente al cabo de unos días.

En los primeros días de aquel agosto suave, el grupo quiso descansar en el pasaje de Bray, pues aquellas gentes de la corte, poco acostumbradas a viajar, estaban exhaustas. Pero Bedford, bien avisado de su posición, ya que los franceses habían dado tanta ventaja al enemigo con tantas reuniones dubitativas, tenía allí una pequeña armada de soldados anglo-borgoñones que atacó su vanguardia de caballeros armados, destrozándolos al encontrarlos por sorpresa.

La situación era muy crítica. Los nobles entraron en pánico, pues la mayoría no sabía luchar; eran más que vulnerables a aquellos soldados aguerridos y experimentados. Así que La Trémoille, Regnault de Chartres y el rey decidieron no forzar el pasaje.

Por unanimidad, viendo que Jehanne y el resto de líderes militares tenían razón, decidieron retirarse a tiempo y emprender el camino hacia París.

El sábado seis de agosto, bajo la intensa lluvia, La Doncella y sus compañeros de armas se batían en una escaramuza más contra los ingleses que ocupaban algunas zonas aún disputadas.

Liberada de sus obligaciones como líder militar, ahora luchaba como uno más, junto a los mejores caballeros, entrechocando la lanza contra la de sus enemigos, haciéndoles retroceder.

Ya no le importaba arriesgarse en las contiendas más peligrosas, pues aquello ya no formaba parte de su misión divina sino de su fidelidad al rey y sus compañeros y, por lo tanto, debía ser responsable de sus propios actos.

Cuando el número de enemigos se vio notablemente reducido, éstos decidieron huir del bosque viendo que no tenían opciones de ganar a aquellos franceses.

Para Jehanne, la batalla comenzada por sorpresa no había terminado. Uno de los ingleses aún sin retirar la tenía acorralada contra un árbol de tronco grueso.

La guerrera no dejaba de chocar su lanza con la del hombre, pero ninguno de los dos conseguía vencer al otro. Al verse acorralada, la mujer embistió violentamente el arma del guerrero para intentar arrebatársela, pero el resultado fue el contrario y fue ella la que se quedó sin arma. La lanza cayó sobre la hierba y el enemigo apuntó con la suya a Jehanne, dispuesto a torturarla y después hacerla prisionera.

—Apartad vuestra arma de ella u os mato—dijo una voz tras él, mientras sentía el frío de una hoja de espada sobre la nuca. Se giró y al ver al duque de Bar, René d'Anjou, no tuvo más remedio que obedecer—. ¿Cuál es vuestro nombre?

—Soy Richard, hijo de uno de los arqueros del capitán Thomas Scales.

—¿Queréis entregaros a mí o morir?

—Me entrego a vos, señor.

El joven Anjou alargó la palma de la mano hacia la del hombre arrodillado y éste la enlazó con la suya. Así se rendía y entregaba a aquel soldado francés superior a él por su título nobiliario y su rango militar.

Por una vez, cuando el soldado fue maniatado y alejado de allí por los pajes del noble, Jehanne no se opuso. Sabía que René la apreciaba tanto como para compartir su deseo de no dañar a ningún prisionero.

—¿Estás bien, Jehanne?

— Sí. Creo... Es la primera vez que me veo así de acorralada...

El joven sonrió devolviéndole la lanza.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora