7 - La guerrera de la flor de lis

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Aquella noche Jean d'Aulon estaba tan nervioso que temió decirle la verdad a Jehanne de forma demasiado precipitada y, por lo tanto, de malas maneras.

Había sido justo durante aquel mismo anochecer, al pasar por la orilla sur de Orleans y reconocer la torre puntiaguda de Saint-Jean-le-Blanc, al oeste del puente por donde La Doncella quería pasar para atacar la Bastilla de las Tourelles, situada en mitad de aquel puente.

No entendía el porqué del engaño de los capitanes. Y aún peor, se daba cuenta de que la estrategia que Jehanne le había explicado a él en confidencia tenía más sentido que la que ahora oía explicar a la Hire y los demás altos cargos.

La guerrera quería evitar a toda consta tener que pasar los convoyes con víveres y munición por el río, ya que eso les quitaría tiempo, media legua(3) de distancia y, además, el cargamento estaría en peligro.

Aquellos hombres, creyéndose mejor que La Doncella enviada por Dios y por el rey, estaban de nuevo reuniéndose a escondidas, pues ella dormía dentro de una tienda tras un día de intenso viaje y entrenamiento.

Jean no sabía qué hacer, si despertar a Jehanne y contarle la verdad, o esperar a que amaneciera y la joven pudiera pensar con claridad cómo hacerles cambiar de opinión.

El escudero e intendente entró en la tienda donde ella dormía y al verla tan tranquila y en paz, a pesar de que llevaba puesta la armadura completa desde hacía dos días, las dudas remitieron.

Junto a ella, su hermano Pierre dormía igualmente apaciguado y, a su derecha, el joven paje Louis dormía hecho un ovillo, algo que no desconcertaba ya a nadie, puesto que, a pesar de dormir tanto y tan profundamente, el muchacho era muy eficiente en su trabajo.

Comprendiendo que era aquel dilema lo que le mantenía sin sueño, d'Aulon decidió lanzarse y despertar a Jehanne para contarle toda la engañifa. Cuanto antes mejor y más pronto serían las aclaraciones y nuevas propuestas.

Pero justo en el momento en que el hombre se arrodilló junto a la joven para despertarla, la cortina de la tienda militar se abrió y una cabeza castaña y un bigote grande aún más oscuro asomaron por ella, sobresaltándole un poco.

—¿Señor d'Aulon? –preguntó el recién llegado en voz alta—. Debo hablar inmediatamente con La Doncella.

—¿Qué pasa, Señor de Rais? –dijo Jean sin imaginar lo que iba a recibir por respuesta—. ¿Algo va mal?

—Me temo que algunos de los imbéciles que tenemos por compañeros de armas han engañado a La Doncella de una forma repugnante. Pero yo no quiero eso, yo quiero que sea ella la que lidere nuestras tropas y quiero obedecer sus órdenes por encima de la de esos ineptos.

Jean d'Aulon acarició la cabeza de Jehanne con delicadeza para despertarla y la chica abrió sus ojos grandes, con un gesto de temor, que solamente los que dormían cerca de ella conocían.

—¿El Inglés ha atacado ya?

—No, no. Jehanne, él es el caballero Gilles de Rais y tiene algo importante que decirte...

El recién llegado miró a la que creía el verdadero Mesías de la misión con admiración, pero a la vez algo abrumado. Le contó todo lo sucedido con todo lujo de detalles y mucha sinceridad.

Jehanne se sintió muy dolida pero, al contrario de lo que pensaba el resto, no estalló de rabia; sus compañeros de armas la habían visto enfadada en algunas ocasiones y, desde luego, aquella no era una de ellas.

—¿Qué vais a hacer, Señora? –Gilles acercó una de las velas que alumbraban la estancia para poder conversar mejor—. Estoy a vuestra entera disposición. Si vuestra orden es atacar ahora mismo las Tourelles, yo mismo llevaré a mis hombres de armas hasta allí.

Lluvias y flores sobre FranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora