1- Evelyn

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*Narra Evelyn*

Le cierro los ojos.

El bosque parece haberse silenciado tras el disparo. El herido pesa más de lo que aparenta; me dirijo hacia la cabaña de mi abuela, haciendo parpadear el silencio con mis pisadas.

—¡Abuela, abuela!

Desde el último escalón frente a la puerta, me agacho junto al chico. No necesito comprobar su respiración para saber que sigue con vida, la sangre brota de su pecho al ritmo de sus latidos cardíacos. La puerta se abre y aparece mi abuela guardando las gafas de leer, sus cejas grises se alzan como en contadas ocasiones han hecho, mostrando sorpresa.

—Evelyn, tranquilízate. Cuéntame qué ha pasado.

—Pensé que era un animal salvaje, ¡me asusté y le di con una de mis flechas cuando saltó! No entiendo de cuerpos humanos, pero sé que no debería seguir con vida tras toda la sangre que está perdiendo.

La Sanadora revisa la herida del pecho con un ojo cerrado. Lo señala con un dedo y, de su brazo, aparece una cálida luz que desciende hasta llegar al chico inconsciente. Cuando la luz cesa, alargo el cuello para ver que ha dejado de sangrar.

—Dormirá en un sueño curativo —explica ella—. Se despertará dentro de unos días, esperemos que para entonces esté como nuevo. Tendrás de cuidar de él, ¿de acuerdo? Prepararé sopa de espinacas.

Asiento y miro al chico. Ahogo una exclamación de sorpresa al ver que las heridas que le causé arrastrándole por el bosque han desaparecido. Mi abuela parece haberse percatado de lo mismo; frunce el ceño.

—Las heridas superficiales se sanan en unas horas, no en pocos segundos. Al menos eso ocurre en humanos —La Sanadora me mira—. No has traído un chico normal a casa, es un licántropo.

Una chispa se enciende en mi mente. Por eso lo confundí con un animal, sus movimientos eran demasiados ágiles y veloces. Arrugo el entrecejo y observo su cara. Parece un humano normal y corriente. Con cuidado, recorro con la yema de mis dedos la mejilla del joven. El corte no dejó siquiera cicatriz. Miro a mi abuela y veo que tiene una expresión divertida en el rostro.

—¿Qué? —pregunto tajante—. Tenía un corte aquí. Le di sin querer contra una piedra mientras le arrastraba por el suelo.

Dicho en voz alta, suena horrible. Cierro la boca, clavando la mirada en el suelo. No tenía tiempo de ser cuidadosa, mi prioridad era llegar a La Sanadora.

—No tienes que darme explicaciones, cielo —sonríe—. Se lo tendrás que dar a él cuando despierte.

Con un gesto lo hace levitar, guiándolo al cuarto de invitados.


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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora