Noches sin tus tacones

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Y es otra jodida noche más de verano sin ti, fumándome un cigarro, mirando las estrellas, que solo me   recuerdan el sonido de tus gemidos al hacerte el amor, protegiéndonos el uno con el otro de la realidad, imaginando nuestro mundo perfecto, mientras se te escapaba mi nombre con el dulce sonido de tus orgasmos. Joder. Y es que nunca me podre quitar este vicio, el de recordarte digo, porque lo único que haces es colarte en mi cabeza a través de cada calada de humo, con el que me atraganto, haciéndome pensar en tus caderas de diosa y tus tacones de infarto que me volvían tan loco, y tu lo sabías. Ya no podre ser al que le pidas por más, más, más abrazos y besos, más cosquillas en tu estómago, mientras te ríes. Y tu risa. Cuando te reías debajo de mí y el mundo se callaba, guardaba silencio, para recordar ese sonido tan bonito y guardarlo en su cabeza, para toda la vida. Mierda que no lo gravé, porque pensé que serias mía para toda la vida. El problema era que tu eras mi vida. Tu eres mi vida. Lo sigues siendo. Pero supongo que tendré que encontrarle otra figura al humo que no sea la de tus piernas, y tendré que cambiar las sábanas, porque tu silueta siguen en ellas, y tendré que encontrar un consuelo en mi mano, mientras te recuerdo. Y recuerdo tu tatuaje en el final de tu columna, el que besaba antes de irnos a dormir, pero tu y yo sabíamos que no íbamos a dormir, porque sería un listillo, y serpentearía mis labios por tu curvada espalda, hasta llegar a tu cuello y susurrarte “Te deseo”. Porque te deseo. Joder, te deseo demasiado. Demasiado.

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