Mariposas en el vodka

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Bueno, pues aquí me tienes, sujetando el bolígrafo con la mano derecha, tachando palabras, borrando, reescribiendo, y borrando de nuevo, donde el humo de mi cigarro que cuelga de mi boca, inunda la habitación de soledad e inspiración, mientras intento escribir sobre ti. Sobre la parte de ti que pensé que solo yo conocía, y no se si sentirme afortunada de ello, porque por muy perfecta que fuera esa parte, fue la que me rompió el corazón en mil pedazos, y que ahora guardas en tu habitación, en la estantería de trofeos, donde las palabras Ilusiones Rotas brillan como la luz de la luna. Entonces mi subconsciente me pregunta “¿Y porqué pierdes el tiempo con esto, con él?”. Bueno, supongo que para soltarlo y que no se me quede tan adentro, porque guardar silencio nunca fue lo mio, y por eso, lo suelto. Lo suelto, lo suelto todo sobre esta hoja, este papel, lo suelto todo sobre ti y lo jodida que me dejaste en esa calle, en la que resulta que una tormenta se desató dentro de mí, y tu la sentiste, pudiste oír los truenos de dolor y las gotas de lluvia de resignación que retumbaban dentro de mi cuerpo, y ni siquiera te dignaste a darme un paraguas, por roto que estuviera, solo para que la lluvia no se me hiciera tan pesada. Pero supongo que eso no se hace cuando alguien quiere dejarte. Porque mis manos se quedaron vacías cuando tu te llevaste todas mis fichas, pesando que fuiste tu que las apostó todas por mi. Será que aún no conozco tu estrategia. Tu jugada. La clave de no acabar echa añicos. Pero eras demasiado bueno en este juego, porque te follaste a millones de tías a las que dejaste solas en la cama, mientras hacías que se preguntaran donde coño estabas. Y no apareciste. Porque cualquiera te pillaría si dijeras que tu no eras el culpable del asesinato, porque tus manos sujetaban mariposas. Mariposas que metías en el vaso de vodka de la tía que te llamó la atención. No por su cara bonita, sino por el color de sus bragas bajo esa minifalda. Y se tragó esas mariposas, las que metiste en su vodka, y entonces ganaste la estrategia. Ganaste sus fichas, sus ilusiones y su corazón. Un trofeo más para tu estantería, porque por lo visto, no te conformas con un solo premio. Maldigo el día en que te acercaste, y me tragué las mariposas que me dejaste en los labios después de besarme. Y si, me la tragué, porque el aleteo de sus alas era demasiado molesto. Una advertencia de que las mariposas querían ser libres, y que no me las arrastrara dentro de mi garganta, y ahí la cagué. Y la victoria podía verse en tu sonrisa después de ese chiste malo que me susurraste al oído y luego se te escapó un “eres preciosa” de la boca, creyéndome esas palabras, ya que parecías convencido ellas. Supongo que la culpa no fue del todo tuya al fin y al cabo.

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