La última batalla contra el mundo

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He fracasado. He fracasado en todo. En el amor, me quedé con el pecho vació. En la confianza, me quedé sin meñiques. En el orgullo, me quedé sin abrazos. En la esperanza, me quedé destrozada. Me quedé sin nada. Machacada. Como si la vida fuera una simple putada, y solo tenemos que aprender a encontrar su punto débil, para devolverle la puta broma. Que el mundo y yo nos merecemos una tregua, un descanso, un respiro. Que los sueños se me escurren entre los dedos y caen en las llamas de la rendición. Daría lo que fuera para que los cuchillos que tengo en mi espalda no hubieran sido de las personas que más quiero. Que prefiero ser cicatrizada con un beso, que con una palabra. Que el vodka quema mi garganta, y mi estomago sigue siendo un nudo imposible de deshacer. Los ojos se me quedaron secos y mi almohada sigue mojada. Y me perdí en un laberinto, un laberinto del que no se escapar, y que parece hacerse más grande cada vez que estoy más cerca de la salida. Que he notado como mis sábanas arrugadas de mi cama se encogen y lloran la muerte de mi alma valiente, de la que el mundo tenía miedo, pero de la que ahora se ríe. Aún sigo esperando que corten las cuerdas para dejar de ser el títere de todos, del mundo.

Pero algún día aprenderé a crear mi propio cuento, mis propias reglas, mi propio mundo. Solo necesito tiempo. Necesitamos tiempo.

Tiempo, para tus agujas, para. Solo para.

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