Sábados con café

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Es Sábado. Lo sabes. Porque parece que hoy es el día de los poetas infelices y de los corazones rotos que buscan unos brazos en las canciones de Coldplay. Y es que solo quieren eso. Quiero eso. Un abrazo tuyo, que sea infinito, si no te importa. Sentir tu calor rodear mi cuerpo, que quema del frío, y que se funde con tu piel cálida. Y este vacío no hay quien lo supere, que ni llenándolo de sonrisas, llega a su limite. Y esta oscuridad que inunda mis ojos, es el vacío que te llevaste en tu último adiós. Devuélvemelo. Ni siquiera dejaste las llaves de mi caja fuerte, donde guardo las tiritas para curar mis cicatrices. ¿No te cansa verme llorar? ¿No te aburre que cada día sea igual? Y es que ya no se ni porque te lo pregunto. Te fuiste de esta habitación, que hasta el silencio, hace eco en ella. Ya ni las sábanas, son un soporte para arroparme. Hace demasiado frío en esta cama, desde que tu silueta es inexistente. Doy la espalda al lado derecho de la cama, esperando a que te gires y me abraces, que cuelgues un beso en mi mejilla y que me susurres “Tu y yo podemos contra todo”. No te giraste. No me abrazaste. No me besaste. No me susurraste. Me dejaste. Te fuiste. Te fuiste. Puede que no seas tan malo, porque te lo llevaste todo, y me dejaste con nada. Y algún día ese nada, se llenara con otros besos, otros labios en mi hombro y otras fotos en mi cámara. Así que gracias por lo que tuvimos. Gracias por esos sábados. Porque nuestros sábados eran distintos, llenos de risas y de caricias que cubrían tu piel y la mía, terminando por despertar a nuestros vecinos por nuestros gritos de victoria al superarlo todo. Todas las noches de lunas y tinta. Todas las mañanas de café y periódico. Todas las tardes de palabras y cosquillas. Y que por eso te quería. Te quiero.

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