El odio te consume

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Admitamoslo, fuimos unos gilipollas. Que no nos dimos cuenta de que éramos los títeres el uno del otro, hasta que vimos como se formaban estragos en nuestros corazones de madera, rasguños en nuestra piel y nudos en las cuerdas. El telón se cerró, la función terminó, el público se marchó y cortamos las cuerdas. Caímos, y el impactó fue tal, que nos destrozamos el uno al otro. Un impactó en nuestras vidas que nos cambiaría para siempre. Que de un principio ya nos dimos cuenta de que seríamos el vicio el uno del otro. Que yo sería tú vodka y tú mi cocaína. Tú serías el humo de está jodida alma hundida en la perdición, mientras que yo sería la traga perras que se ganaría todas tus fichas. Jugamos. Causamos batallas. Pero los enemigos éramos el uno contra el otro. Aprendimos a causarnos heridas, sin que fueran físicas y por las noches, cada vez que me lanzaba sobre ti, no era para hacer el amor, era para caer en un pozo sin fondo oscuro, donde la única luz es la de nuestros gritos callados por los sollozos de un mundo, que suplica por un final. Pero ese final nunca llegaba. Que rasgaba mi pelo, casi arrancándomelo de cuajo mientras tú seguías gritando, y yo suplicaba que todo acabara. Entonces volvíamos a donde estábamos antes. Y de repente. Silencio. Que pareció ser nuestro único amigo en las noches de espalda contra espalda. Dios. Y aún me pregunto como coño pudimos durar tanto. Que no se en que momento decidimos unirnos, porque los mismos polos nunca podrás juntarlos, siempre habrá ese muro entre ellos que los separara. Que no movíamos montañas juntos. Construíamos estas entre nosotros. Tu cuerpo era el éxtasis de un colapso mental, que causaban una batalla entre el rencor o el orgullo. Que mis besos eran la dosis de veneno que te merecías por cada putada que me clavaste por la espalda. Nos envenenábamos el uno al otro, haciendo que nuestro fin fuera lento. Letal. Sutil. Y creo que nuestra historia debía terminar así. Un final fuera de lo común. Fuera de un universo paralelo. Que nos lo merecemos. Admitamoslo. Fuimos unos gilipollas. Siempre lo fuimos.

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