Capítulo 29

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Pasaron algunas semanas, Yamil se había resignado al menos lo suficiente, pues entendió que las cadenas no se irían y que debía tolerar dormir junto a Baltazar todas las noches. No le dirigía la palabra, y por lo menos él no intentaba obligarle, no después de lo que sucedió.

Margot llegó días después de aquel incidente y revisó a Yamil, dio las recomendaciones de siempre, incluso trató de hacer que Baltazar entrara en razón respecto a los grilletes.

Nada funcionaba, aquel demonio se negaba rotundamente a dejar esa idea estúpida y no escucharía absolutamente a nadie, si ni siquiera Yamil lograba menguar su decisión, era imposible que cualquier otro lo hiciera.

Como todas las mañanas Yamil estaba solo, desayunaba forzadamente lo que una sirvienta le había llevado, apenas se acabó la cuarta parte y suspiró haciendo a un lado aquella bandeja para ponerse de pie.

Aunque le costaba caminar, pues las cadenas pesaban y eran muy cortas en la separación de sus pies, lo hacía varias veces al día hasta donde le era posible ir, la cadena unida a la cama le permitía llegar al tocador y a algunos muebles, pero no a las ventanas. A pasos cortos y lentos se dirigió a la puerta y la abrió un poco sentándose junto al umbral, era lo más cercano que tenía a algo de libertad, siempre que pasaba un guardia o cualquier otra persona cerraba de inmediato.

Se quedó ahí en la misma posición, viendo las ventanas del pasillo que eran enormes y daban hacia un jardín central, aunque no tenía el mejor paisaje si se quedaba sentado, bastaba para relajarse, acariciaba su vientre con la mirada perdida. Tenía ya cuatro meses y se notaban bastante, el bebé crecía día con día, la emoción de conocerlo siempre era acompañada del continuo temor que sentía al pensar en el futuro.

Estaba tan distraído y distante, que no vio los pasos de alguien acercándose hasta que una figura se detuvo frente a la puerta. De inmediato Yamil reaccionó y se levantó de inmediato tratando de cerrar ante la mirada de aquella mujer a la que nunca había visto.

Ella lo impidió, se acercó y empujó la puerta haciendo que el menor se hiciera a un lado mirándola angustiado, sonrió y observó el lugar, luego dirigió su atención al muchacho, deteniéndose en su abultado vientre que protegía asustado.

— ¿Quién es usted? —cuestionó retrocediendo.

—Nalira, y tú debes ser Yamil. He oído hablar de ti. —comentó bajando la mirada hasta los pies del muchacho y sonrió con cierta burla. —Lo lamento, no me presenté adecuadamente. —agregó volviendo a ver su rostro y se acercó tomando su mentón evitando que se alejara más. —Soy madre de Baltazar, y una Diosa, por si no estás informado respecto la ascendencia del padre de tu hijo. No hace falta que hagas una reverencia, por tu estado puedo pasarlo por alto.

Yamil pasó del miedo al pánico y se soltó para darle la espalda y dirigirse a la cama, lo hizo lo más rápido que le era posible, lastimándose los tobillos conforme trataba de alargar los pasos que daba. Casi se cae, pero al tropezar lo hizo cerca del lecho y se sostuvo de él evitando lastimarse.

— ¿Por qué huyes? —cuestionó la mujer sentada a su lado, Yamil ni siquiera supo cómo llegó ahí, eso le alteró más. —No te voy a hacer nada.

—Baltazar llegará pronto. —jadeó Yamil tratando de pararse, pero ella lo evitó con una mirada tan autoritaria que el chico entendió de inmediato.

—Supongo que sí, no me interesa. —Nalira se inclinó tomando las piernas del chico y las levantó dejándolas sobre el colchón. — Desde que supe que te tenía encerrado me llegué a preguntar la razón varias veces, pero no había tenido tiempo de venir a conocerte, ¿por qué lo hizo? ¿es verdad que intentaste escapar? Eso es un rumor que hay entre los sirvientes.

EL REY DE VARNOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora