Capítulo 9

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Durfen acabó dentro de Hermy, como ya era costumbre.

Le había tomado con más fuerza de la que deseaba usar, no pudo controlarse cuando al irrumpir en él sintió una energía diferente a la del chico tratando de retenerle. Fue inútil, eso solo aumentó su ira y terminó rompiéndole el culo junto con la esencia de aquel maldito demonio. No lograba entender cómo pudo hacer algo así sin haber follado con Hermy, era casi imposible que un demonio creara tal barrera en un cuerpo que no había poseído, pero la entrada del menor no presentaba señas de haber sido usada las últimas horas, no hasta ese momento.

Después de semejante acto Hermy lloraba tirado en el piso, se había caído cuando Durfen terminó y le hizo a un lado, ni siquiera tuvo la intención de levantarle, no dejaría que las heridas que provocó en la pálida piel del chico ensuciaran su cama una vez más.

—Cierra la boca, si sigues quejándote volveré a follarte. —advirtió el demonio mirando desde el lecho aquel cuerpo que yacía temblando sobre el mármol del suelo.

Hermy cubrió su boca sollozando con más fuerza, le dolía mucho, su trasero estaba tan abierto, ardía demasiado, era imposible callarse cuando se sentía tan mal.

Durfen se levantó completamente desnudo, eso asustaba más al chico, verle caminar hacia él le hizo estremecerse y se encogió comenzando a gritar.

— ¡Ya no! ¡Voy a callarme! ¡Lo juro! —exclamó temiendo incluso mirarle.

—Empieza ahora. —siseó Durfen.

Pero no lo hizo, por más que trataba, el pobre chico no lograba calmar su llanto y comenzó a entrar en pánico.

La puerta fue golpeada fuertemente y Durfen se marchó enseguida. Hermy agradeció la distracción, eso le había salvado de más dolor que no iba a soportar. Siguió llorando con más fuerza cuando el silencio en la habitación le hizo saber que Durfen ya no estaba.


Durfen recibió la nota que un mensajero le llevó de urgencia, de inmediato se dirigió a donde se le solicitaba, los miembros de La Orden habían notado la intrusión al palacio, había algo que Durfen debía saber, además, Saira, la reina de los brujos estaba con ellos junto a unos invitados indeseados.

El demonio fue al punto de reunión en las afueras de la ciudad, dejando su corona y aquel atuendo que le caracterizaba como rey.



Baltazar llegaba a una pequeña aldea, el deseo que se había encendido en la habitación donde irrumpió causó estragos en su mente, debía satisfacerla de inmediato, y tenía claro quién se haría cargo de eso.

Entró a una vieja cabaña, un pequeño chico de cabello color miel y tiernos ojos azules le miró sorprendido y al mismo tiempo sonrió emocionado.

—Baltazar, no sabía que vendrías. —dijo soltando la escoba con la que barría algunos cristales del piso. El lugar era un desastre.

— ¿Qué sucedió? —preguntó aquel demonio.

—Nada, nada importante. ¿Tienes hambre? Tengo un poco de caldo que hice con verduras. —murmuró el pequeño corriendo a tomar un plato, cojeaba al caminar y había sangre en su pantalón, cosa que el demonio notó de inmediato.

— ¿Cómo las conseguiste? —cuestionó Baltazar sentándose en un corroído banco de madera, todo el lugar era deplorable, casi resultaba imposible pensar que alguien podía vivir ahí.

EL REY DE VARNOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora