El fin de semana llegó, y aunque la gran mayoría de los estudiantes lo habían estado ansiado con fuerzas, a Karina no le importó nada en absoluto. Todos sus días eran monótonamente grises, que hubiera clases o no era solo un detalle indiferente.Las primeras semanas después de la operación habían sido duras... Pero había sido más duro asimilar con el paso del tiempo que no iba a volver a correr nunca más. Ni siquiera caminar.
Karina podría haber aguantado cualquier cosa. Hubiera luchado por una recuperación dura y agotadora, que la dejara al límite de sus fuerzas físicas y mentales con tal de volver a lo de antes. Pero ella no tenía ni una mísera oportunidad, para ella no había esa esperanza.
- ¿ Estás lista cielo ?
Karina miró hacia su padre y asintió con viejos recuerdos atormentando su memoria. Aquel día estaba especialmente triste, y Ayax lo notó.
- Sí, papá.
- Bien, vámonos.
Padre e hija salieron de la casa.
Ayax se aseguró de echar hacia atrás todo lo posible el asiento del copiloto, y se subió al coche a sabiendas de que su hija no quería que la ayudara. Karina se negaba a aceptar cualquier tipo de ayuda, y eso ya lo había aprendido. Pensaba que a pesar de no poder mover las piernas tenía que aprender a valerse por sí misma, y no ser más dependiente de lo que ya era.Así que la chica se paró al lado de la puerta abierta del coche, y haciendo uso de sus brazos, se sentó de un tirón en el asiento, plegó la silla y la guardó en el interior.
- En marcha - dijo, mirando al frente, de forma apagada y resignada.
Ayax asintió y arrancó el coche, que se puso en marcha con un ligero chasquido.
El hospital no estaba lejos, ya que Ayax había procurado que la casa estuviera lo suficientemente cerca tanto del instituto como del centro médico para hacer un poco más fácil las cosas. Aún así, a Karina el viaje se le hizo eterno.
A la antigua Karina Onisse le gustaban los hospitales. La gente solía odiarlos, pero a ella había algo que le llamaba, no sabría decir el qué. A la nueva Karina Onisse le resultaba asfixiante. Supuso que experiencias como la suya hacían que todo cambiara radicalmente, que nada volviera a ser como antes.
No se percató en qué momento había dejado de empujar la silla y su padre la había sustituido. Cuando se dió cuenta, reaccionó y volvió a llevarla por su cuenta. Ambos hicieron como si no hubiera pasado nada.
Ayax se acercó a la enfermera que atendía la recepción mientras su hija se quedaba metros más atrás.
- Karina Onisse, a las cinco y media- escuchó decir a la enfermera, que le dirigía una sonrisa algo más que amable a su padre - El doctor Cullen está terminando con un paciente, enseguida les atenderá. Sala tres.
- Bien, gracias - dijo Ayax, haciéndole un gesto a Karina y mirando a su alrededor - ¿ Eso está... ?
La enfermera rió suavemente y se asomó sobre el mostrador para indicarles la dirección.
- Al fondo a la derecha.
Ayax asintió y siguió a su hija por el pasillo, quien no había perdido más tiempo. Una vez frente a la consulta, revisó su teléfono. Dos llamadas perdidas. Le echó un vistazo a Karina y suspiró, guardándolo en el bolsillo.
Tras un par de minutos de espera en los que ninguno de los dos dijo nada, la puerta se abrió. Padre e hija observaron como el paciente se alejaba con un brazo escayolado. Karina se preguntó porqué a aquel tipo le había tocado un hueso roto y a ella una parálisis permanente.