Karina dejó de estudiar cuando escuchó el claxon fuera de la casa.Aliviada, cerró el libro y lo dejó caer en la mesa con fuerza. No podía seguir leyendo la palabra trisomías o le acabaría explotando la cabeza. Y pensar que aún le quedaba medio temario de biología por estudiar... Sería un milagro si le daba tiempo de mirárselo todo para el día del examen.
Cogió algo de dinero, por si quería comprarse algo -aunque en principio no era esa su intención- y fue hasta el cuarto de su padre para despedirse.
- ¿ Papá ? - preguntó, asomando la cabeza por la puerta- Voy a ir con una amiga de compras.
Ayax la miró tratando de disimular su sorpresa. Karina lo entendió, hacía mucho desde la última vez que había salido con alguien.
- ¿ Cómo se llama ?
- Alice, va al instituto.
- ¿ Es buena chica ?
Estaba preocupado. Lo único que le faltaba a su hija era buscarse malas compañías, cosa que solía pasar cuando uno estaba deprimido.
Karina rodó los ojos.
- Es la hija adoptiva del doctor Cullen, papá - respondió por si eso servía de algo, y pareció ser que sí, porque se le vió más tranquilo.
- Oh. Vale. Que tengas una buena compra, supongo - dijo, sonriendo a modo de adiós.
- Gracias, papá - sonrió, cerrando la puerta y saliendo rápidamente de la casa. Esperaba no haber hecho a Alice esperar demasiado.
Karina empujó la silla hasta el coche. Se sorprendió al ver que esta vez se trataba de un coche distinto, un deportivo gris claro al que fácilmente podía subirse.
- ¿ Tu padre es traficante de coches además de médico o qué, Alice ? - dijo en broma una vez sentada en el asiento trasero, mientras colocaba la silla de ruedas plegada a su lado.
- Me han dicho muchas cosas, pero nunca traficante de coches - Karina se sobresaltó al escuchar la voz de un hombre proveniente de la parte delantera, y enrojeció violentamente al reconocerlo y saber que la había escuchado.
- Doctor Cullen... yo... - comenzó, sin saber muy bien cómo excusarse.
- No te preocupes, Karina - dijo sonriendo - No importa. Y llámame Carlisle, por favor.
- Cuando Alice dijo que iríamos de compras no esperaba verlo.
- Me ha tocado hacer de chófer- sonrió levemente. Karina comenzaba a distinguir sus sonrisas, como esa, que solía acompañar el final de una frase - Mis otros hijos nos han dejado compartiendo.
- Eso significa que, a pesar de lo que pienses, querida amiga, necesitamos otro coche - intervino Alice con tono decidido.
- No voy a comprarte un coche, Alice - la voz de Carlisle fue fuerte y segura.
- Bien, puedo comprármelo yo solita - replicó, cruzándose de brazos - tengo dinero suficiente.
- De acuerdo, pero que yo sepa el garaje es mío - respondió él sin inmutarse.
- Pues lo dejaré fuera - replicó mirándolo de forma retadora.
- ¡ Sorpresa ! - exclamó fingidamente - El jardin y las hectáreas de alrededor también son mías.
- ¿ Ahora vas a decirme que el bosque entero también es tuyo ? - espetó enfurruñada.
Karina no pudo aguantar más y estalló en carcajadas, que interrumpieron la pequeña discusión familiar.
Sus dos acompañantes se giraron en el asiento delantero para mirarla con el ceño fruncido, pero no por eso ella dejó de reír.
Había sido un trayecto entretenido, ni siquiera se había dado cuenta de que ya habían llegado a su destino.- Lo siento, es que pareceis dos niños peleando por ver quién lleva la razón.
- Y la llevo yo - terminó Alice, quitándose el cinturón de seguridad y abriendo la puerta del coche. Carlisle rodó los ojos y la imitó.
- ¿ Puedes echar para dos horas ? - preguntó Alice tendiéndole a su padre unas monedas y señalando la máquina del parking.
- Sí, claro.
Alice le arrebató las llaves del coche antes de que se alejara y sonrió. Carlisle la miró de forma perspicaz, pero siguió adelante.
Mientras tanto, Karina estaba de nuevo sobre su silla de ruedas, y la miraba.
- ¿ Por qué le has cogido las llaves ?
Alice simplemente sonrió, y ella la miró confundida.
Carlisle volvió con un ticket en la mano, que colocó en el salpicadero.
- Bueno, que os lo paseis bien - dijo, sentándose del lado del conductor y estirando la mano hacia su hija - Alice, las llaves.
Entonces, la pelinegra volvió a mostrar la misma sonrisa de antes, y esta vez Carlisle, que la conocía de hace mucho más tiempo que Karina, comprendió.
- Alice, no.
- Sí.
- Alice, las llaves - demandó. Karina los miró perdida.
- ¡ Oh, vaya ! Se me ha olvidado donde las he puesto...
- Alice... - Karina sonrió ante Carlisle y su quejido de derrota. Ya entendía.
- Bien, tres son multitud - sonrió Alice satisfecha, agarrando a su amiga con una mano y enganchando a su padre con la otra.