ABBY OWEN

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Hay algunas personas que son medios, instrumentos que Dios utiliza para ayudar a otros a encontrar la felicidad o para cerrar ciclos dolorosos.

[OOO]

Él tiene algo especial en su aura, piensa Abby.

No puede sacarlo de su mente. Sus manos entre las suyas, su voz fuerte, su perfume... esos simples detalles se habían quedado en ella. Aunque quiso saber más de él, no pudo. La lluvia la obligó a marcharse, sin embargo, tiene la extraña certeza de que se volverán a encontrar.

Se levanta de la cama y camina hacia su guardarropa. Toca la caja de cartón que tiene detrás de su ropa, la arrastra hasta afuera y la coloca en su cama. La abre y empieza a tocar, a sentir. Son objetos que pertenecían a su padre y que ella guarda con cariño desde que él murió. Primero saca el pequeño despertador que sonaba todos los días a las seis de la mañana en la habitación de su padre. Él decía que, aunque le fastidiaba mucho el ruido que hacía, lo quería porque sin él toda su vida sería un caos. Pasa los dedos por la superficie lisa y una sonrisa se le forma en el rostro. Lo hace sonar. El ruido llena su habitación. Sus manos siguen buscando y encuentra su pipa larga y delgada con la cual fumaba en las escalerillas de afuera de la casa. Le gustaba fumar, sí, y su madre siempre discutía con él por eso, pero cuando estaba cerca de Abby, la apagaba sin dudarlo. Le encantaba la forma en cómo la cuidaba. Le encantaba los abrazos que le daba.

Luego agarra una cartulina enrollada y la estira. Pasa sus dedos para recorrer los trazos. Su padre la había dibujado y aunque él no sabía dibujar, valoraba el esfuerzo que había hecho por ella. Estaba segura que la pintura era más bonita de lo que imaginaba.

Finalmente, saca una cadena que tiene una llave como dije. Su padre siempre le decía que esa era la llave con la que él había abierto todas las puertas que lo llevaron a tener una vida feliz. Que la usara cuando ella lo necesitara... que era mágica.

Abby la toma entre sus manos y la besa.

Te extraño, papá, piensa. Se la cuelga en el cuello. Luego, guarda las demás cosas en la caja de cartón.

―¡Cariño! ―grita su madre desde la sala―. Elena te está esperando.

―¡Ay, dormilona! ―La voz de Elena la hace sonreír―. Baja ya.

―En diez minutos bajo ―grita.

Se fue a la ducha.

Quince minutos después, están conversando en la sala. Elena no deja de hablar del chico que le tocó la mano a Abby bajo la lluvia. Está contenta y fascinada con él y aunque no lo conocen, Elena ya se imagina muchas cosas entre él y Abby. La hace sonrojar.

―¿Y de dónde salió? ―pregunta Abby.

Elena se revuelve en el mueble.

―No lo sé. Cuando me di cuenta, él ya estaba delante de ti ―dice, echándose aire con las manos―. Es un hombre guapísimo. Y, además nos dio dos billetes de cien dólares. Esos son puntos extras.

Ambas ríen.

―Me lo puedes describir físicamente ―pide Abby apenada.

Su mejor amiga la mira y aguanta una carcajada. Ella está interesada en un chico por primera vez. ¿Qué habrá sentido su amiga cuando se tocaron?

―Bueno ―Elena se aclara la garganta―. Te lleva dos cabezas, es decir, es alto, cuerpo atlético, los brazos fuertes y definidos, y no hablemos de las piernas ―se muerde los labios de forma divertida y le lanza un manotazo a Abby. Ella grita y ríe―. Y su pompis... que torta de chocolate ni que helado de fresa. Pero si eso está bien hecho. Redondito, duro y grande, como el doctor te recetó.

―Yo estaba hablando de su cara ―contesta Abby.

―No especificaste ―dice a regañadientes Elena―. Tiene unos ojos hermosos, nariz pequeña y unos cabellos oscuros algo alborotados. Sus pestañas tenían varias gotas de agua por la lluvia y eso solo les pasa a aquellos que tienen pestañas largas y rizadas, los que somos mochos de ahí, nunca sentiremos eso.

―Pero un chico tan guapo como él, no creo que se pueda fijar en mí ―suspira.

―Por supuesto que sí ―dijo Elena cruzándose de brazos―. Tú eres una chica hermosa, Abby. Lo sabes...

―Pero soy ciega.

Se hace un silencio incómodo. En el fondo, Elena sabe, con dolor, que algo de cierto hay en lo que dice Abby. No sabe qué decir, qué palabras son las correctas para animar a su amiga.

―No hace falta que me mientas, Elena ―vuelve a hablar. Una sonrisa triste se queda en su rostro―. Sé muy bien cuál es mi lugar aquí.

―No digas tonterías, Abby...

―No son tonterías ―susurra― ¿Sabes lo que sería estar con una ciega como yo? No se puede vivir plenamente, no se puede estar feliz del todo. ¿Qué haría si vamos al cine?, ¿y si vamos a visitar alguna ciudad nueva?, Cuando nos tomemos una fotografía ¿cómo hago para verla? No puedo hacer nada si no es con ayuda, con un guía. Me pierdo miles de cosas, por no decir todas. Sería una carga para él. Una responsabilidad más... para él o para otro chico.

Elena se acerca, le agarra las manos y la abraza. Se acuestan en el mueble por varios minutos.

―Hay algunas personas que no se fijan en el físico.

―Son muy pocas ―responde Abby.

―Pero hay ―dice su mejor amiga―. Y esas personas aman el alma, se enamoran de la esencia.

Abby recuerda las palabras de su padre.

―Papá siempre decía que el cuerpo solo es un recipiente y el alma el líquido con el que se llena. Así como existen millones de recipientes diferentes, las almas también. Pero lo que realmente importa es el líquido que contienen, porque nadie en esta vida tomaría un líquido malo, envenenado.

Elena piensa un poco y luego sonríe.

―Tu padre fue un hombre muy inteligente.

―Y muy noble ―Abby hace una mueca de dolor―. Si tan solo me hubiese defendido sola aquella vez, él estaría aquí.

―Basta, Abby ―susurra Elena―. Ya no sigas.

―Lo siento.

Horas más tarde, se alistan para ir otra vez a la esquina de la estación del tren. Abby lleva puesto un vestido amarillo, botines negros, un maquillaje suave que Elena le había hecho, el cabello suelto y en el cuello la cadenita de su padre. Esta vez él estaría con ella más cerca. Agarra su violín y se despide de su madre. Al salir, el viento sopla con fuerza. Abby camina detrás de su amiga, mientras ella llama un taxi.

Por su mente pasa el recuerdo fugaz del aura dorada de aquel chico. De pronto, imagina su rostro y siente que le arden las mejillas. Quiere volver a sentir esa aura o quizás solo quiere que aquel chico desconocido le vuelva a tomar de las manos.

 Quiere volver a sentir esa aura o quizás solo quiere que aquel chico desconocido le vuelva a tomar de las manos

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Un ángel duerme conmigo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora