ALANNA BECKER

178 33 16
                                    

No llores, cariño mío. Si en esta vida no podemos estar juntos, sé que en la otra tendremos una oportunidad.

[OOO]

Al recordar a la madre de Abby, se me aprieta el corazón. Le dije a Abby que deben conversar con Tanner para que puedan realizarle algunos análisis y tratar de mejorar la situación. ¿No lo podemos parar?, me preguntó con lágrimas en los ojos. No me atreví a decirle que no.

Por desgracia, hay enfermedades que no pueden parar.

Ahora, he logrado salir de su casa y tengo que ir a la mía. La distancia es considerable porque vivimos en dos sectores diferentes y lejanos, y me las ingenié para poder viajar en el tren, pero lo que realmente me tenía preocupada, era el frío. Aunque su intensidad ya no era la misma cuando regresé, estaba ahí latente, esperando por mí. Las personas que están a mi alrededor, ignoran mi presencia y siguen sumergidas en lo suyo. Camino hasta llegar a uno de los últimos asientos y descanso en él. Miro por la ventana y las calles pasan como manchurrones blancos donde no logro diferenciar nada más que árboles llenos de nieve y el cielo con un inquietante color azabache. Me concentro y busco algún punto en el que quizás Soffi debe estar mirándome. La última conversación que tuvimos me dejó triste, pero también satisfecha. El cielo y la función que tiene ahora como un ángel guardián, ha logrado transformar, no solo su cuerpo, sino también su mente y su espíritu. Esbozo una sonrisa hacia el cielo. Estés donde estés, es para ti, Soffi.

El tren baja la velocidad y el movimiento me hace quitar la mirada. Una decena de personas se levantan y se acercan a las puertas esperando que se abran, mientras afuera hay un puñado más esperando entrar. Estación 13, se escucha en los altavoces. Las puertas se abren y se produce un intercambio en menos de un minuto. Cuando suben todos, las puertas vuelven a cerrarse y el tren sigue su marcha. Todas las personas buscan asientos libres y nadie queda de pie. Quito la mirada y apoyo mi cabeza en el cristal. El ferrocarril aún está tomado velocidad, así que puedo ver cómo sale de la estación, se abre paso entre un túnel y luego sale hacia las calles. Las casas están cerradas y los altísimos edificios aún tienen algunas de sus luces encendidas, a pesar que la noche ya está a punto de caer. La fina capa de nieve está por todos lados y por el aspecto que tiene el cielo, creo que toda la noche volverá a nevar. De pronto, una sombra oscura pasa cerca de mi ventana y posa sus dedos en el cristal, con la intención de agarrarme. Abro los ojos y suelto un grito. Resbalo por la silla, caigo al suelo. Miro a todos pensando que alguien me ayudará a levantarme, sin embargo, nadie puede verme. Vuelvo la mirada hacia la ventana. No hay nada. ¿Qué fue lo que vi? Me levanto lento, las manos me tiemblan y poco a poco me acerco hacia el cristal y confirmo que allá afuera no hay nada de lo que vi.

Vuelvo a tomar asiento. Hay dos chicas conversando en los asientos del frente. Una es morena de cabellos rizados y una cara muy hermosa, mientras que su compañera es castaña, de cabellos que le llegan hasta los hombros y de ojos verdes. Ambas son estudiantes de medicina, lo sé por las largas batas blancas que están usando. Bajo la mirada. ¿Si nunca hubiésemos tenido ese accidente, tal vez yo estaría estudiando? Imaginarme con esa vestimenta me saca una sonrisa triste. Estudié tanto, luché tanto para obtener la beca y al final las cosas se torcieron. Las vuelvo a mirar. La morena tiene un estetoscopio en las manos. Ver ese pequeño aparato, me arrastra al pasado.

Cuando el doctor colocó el estetoscopio en mi pecho, sentí el frío del metal y se me erizó los vellos de la nuca. Cerré los ojos y por enésima vez volví a pensar en lo que estaba haciendo. No había otra salida, además yo así lo quería. Si no le donaba mi corazón ahora mismo a Tanner, él moriría.

Las luces de aquella lámpara circular me molestaban, así como la ligera bata azul que me habían puesto. El doctor estaba conversando con dos más, mirando unas pantallas que estaban más allá. Las tres enfermeras revisaban todos los instrumentos que serían utilizados y los desinfectaban con algo parecido al alcohol cuyo olor inundaba la sala de operaciones. Mis piernas empezaron a temblar. Pensé en mi abuela y le pedí perdón mentalmente por dejarla sola, pero sé que él, estará pendiente de ella y no la abandonará. Las puertas se abrieron y entraban la camilla donde estaba Tanner. Al verlo, levanté un poco mi cuerpo para poder acomodarme y mirarlo mejor, pero los cables que tenía adheridos a mi pecho, nariz y muñecas, no me permitían moverme con libertad. Dos de las enfermeras lo colocaron a un metro y medio de distancia de mí, mientras que otra manipulaba la máquina que tenía a su lado y le colocó los mismos cables que tenía yo. Él seguía inconsciente, pálido y delgado.

Un ángel duerme conmigo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora