Decir adiós es la prueba de que todos somos aves de paso.
[OOO]
Para mi sorpresa, Alana está tendida en la hierba. De la rodilla para abajo, su cuerpo se disipa, desaparece como el último suspiro de una fogata olvidada en el bosque. Pestañeo varias veces al pensar que la vista me está jugando una mala pasada, sin embargo, me doy cuenta con amargura que es cierto lo que veo. Cuando la llamo, busco sus ojos y ella me corresponde. La conexión que hay en nuestros ojos es fuerte. Sigue exactamente igual a como la conocí, la única diferencia es su mirada. Se ha endurecido con el paso del tiempo y su carácter se ha forjado en el fuego vivo, ha nacido de las entrañas del dolor; ese dolor que nos arruinó la vida.
―Tus... piernas ―digo.
Los latidos de mi corazón golpean con fuerza mi pecho.
―Ya es tiempo ―me susurra. Tiene varias lágrimas en el rostro. Una repentina ola de frío le alborota los cabellos, al mismo tiempo cierra los ojos y se retuerce de dolor, como si le hubiesen dado un golpe en el estómago. Se queja y respira por la boca.
Me enderezo y ayudo a Hanniel a sentarse porque ya se ha recuperado. Ella también puede ver a Alanna. Tiene los ojos muy abiertos y cristalizados. Guarda silencio y no deja de mirarla asustada.
―No ―le digo, moviendo la cabeza―. No me dejes otra vez.
No me he dado cuenta que estoy llorando hasta que una de mis lágrimas me cae en la mano. Por un momento la mente se me pone en blanco. No pienso en nada, solo me limito a mirarla, a escudriñar en sus ojos. Luego, un remolino de recuerdos brinca de mi subconsciente. Uno tras otro pasa como fotografías vivas, ráfagas de momentos alegres que hemos vivido desde el primer día en que nos conocimos. Su amplia sonrisa adornada por aquellos dientes de conejo, sus ojos con destellos dorados a los rayos del sol, su cintura en mi mano aquella noche en el jardín de mi casa, sus cabellos mojados cuando bailamos bajo la lluvia.
Alanna toma la palabra.
―Hice todo por cuidarte, por protegerte de aquellos que te querían hacer daño, pero no fue suficiente ―dice la última palabra con amargura. Le está temblando el labio inferior―. Lo siento tanto.
―Lo hiciste todo. Me devolviste la ilusión, las ganas de vivir.
Ella esboza una sonrisa. No puedo imaginar cuánto voy a extrañarla ahora que sé que, después de la muerte física, aún hay algo más.
―Volverte a ver me confirmó que siempre vas a ser el amor de mi vida, pero debemos dejarnos ir. Lo nuestro ya cumplió su ciclo, el propósito que Dios tenía con nosotros ha llegado hasta aquí.
Me levanto y avanzo hasta ella. Me siento a su lado. Agarro una de sus manos y el contacto hace que el estómago se me apriete. Hay algo muy dentro de mí que se está rompiendo y que posiblemente nunca más vuelva a sanar. Las despedidas siempre nos dejarán un vacío en el alma que no podremos llenar con nada. Al sentir mi tacto, ella suspira y me vuelve a sonreír. Está tan concentrada en ese gesto que no se ha dado cuenta que parte de su cintura y muslos están desapareciendo. Se me hace un nudo en la garganta. Quito la mirada. Me aferro a su mano. Cuando lloro, bajo la cabeza.
―Eres todo para mí ―le confieso―. Me enseñaste lo que es el amor.
Se hace un breve silencio.
―Mírame ―susurra.
Con la otra mano me limpio las lágrimas y levanto el rostro. Le doy una sonrisa triste.
―¿Crees que llorar te hace débil? ―le pregunto.
―No lo sé ―contesto.
―Llorar es lo más sano que se puede hacer cuando nos estamos desmoronando. Permitirnos estar tristes es parte de nuestro crecimiento espiritual.

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Un ángel duerme conmigo ✔️
Paranormal[Disponible en Amazon] [Segunda libro de la trilogía Sin cambios no hay mariposas] El amor puede ser doloroso. ••• Tanner ha quedado devastado después de lo que pasó. Reconstruir su vida, sus sueños y su corazón, será el principio de un duro camino...