ALANNA BECKER

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La vida siempre trata de quitarte lo que más amas.

[OOO]

Todo lo hice mal.

Intenté salvar a Tanner de ese accidente y lo salvé, pero cometí un grave error. Cuando vi que su vida corría peligro y las sombras de la muerte estaban rondando cerca de él, me puse nerviosa y ansiosa. Mis alas se movían inquietas por protegerlo. Olvidé mi función real, aquello que debo cumplir sin alterar ningún suceso como muchas veces me lo han mencionado. Y ahora, las consecuencias son mayores.

Desde el plano divino, puedo ver que lo están llevando al hospital. Tres personas lo ayudan, algo que yo no hice con la persona que murió. Que yo maté. El recuerdo pasa fugaz por mi mente: regresé al plano terrenal justo en el momento que el vehículo negro se precipitaba hacia Tanner. No lo pensé mucho tiempo y empujé el otro auto, solo para que pueda frenar el golpe, pero el conductor pisó el acelerador por el inesperado movimiento y el impacto fue peor. Ahora, él está muerto.

Muerto.

Se me aprieta el estómago al pensarlo. Se supone que estoy para cuidar a las personas, no para hacerles daño. No tardará mucho para que Los Guardianes vengan por mí, me harán un juicio y me quitarán mis alas. Otros ángeles han cometido el mismo error y les ha pasado lo mismo. Pero más que mis alas, hay algo que realmente me preocupa, que me alejen de él. La espinosa idea de no ser más su ángel guardián me consume, me inquieta.

Cierro los ojos y puedo ver lo que está sucediendo. Tanner ha llegado al hospital. El doctor lo atiende y le dice que solo ha sufrido un golpe en la cabeza y en el tobillo izquierdo. Además, de algunos cortes en los brazos, nada que no pueda curarse con algo de medicina. Sonrío por él. Sus ojos tienen un brillo extraño, el mismo que pude ver meses atrás. Le están curando.

Unos gritos que provienen de otro punto rompen con la imagen de Tanner y regreso al accidente. Una niña de ojos cafés y cabello largo está llorando. Su libro yace en el suelo, una fina capa de polvo se empieza a formar en la tapa. Grita, la voz se le quiebra, las lágrimas por sus mejillas. Llama a su padre a quien tratan de rescatarlo de los fierros retorcidos.

Un recuerdo llega de repente.

Es la noche en la que murió mi abuelo. Estoy parada en el rincón de su habitación. Desde donde estoy puedo ver a mis dos abuelos hablando, mientras en el umbral de la puerta estoy yo de pequeña. Mi yo actual solo es un espectador, le sigo de cerca a mi yo de niña. Mientras avanzamos, puedo sentir algo extraño, algo que no pude captar en el pasado. Siento a la muerte como un ave siniestra que ronda a mi abuelo, sombras se estiran desde el suelo hacia la cama. Se esconden debajo, se alzan como tentáculos tenebrosos y se arrastran por las sábanas blancas hasta tocarlo. Quiero gritar, tirar de ellas para que no lo toquen, para que lo dejen tranquilo, pero se enredan en sus muñecas, en sus brazos y sus piernas.

—Alanna, ven aquí —me llama mi abuelo.

Su voz me hace olvidar por un momento a la muerte.

Mi versión más pequeña avanza con pasos ambiguos y temerosos, mientras agarra su vestido, pero me doy cuenta que yo también empiezo a caminar y no quiero detenerme. Ambas llegamos al mismo tiempo y los ojos de mi abuelo se fijan en . De alguna forma me ve. Sus manos arrugadas tocan mis mejillas y la habitación se vuelve borrosa tras una cortina de lágrimas que llenan mis ojos. Un suspiro me quita el aliento. Quisiera retroceder el tiempo. Ahora.

Aún no lo encuentro en el plano divino. No sé dónde estará.

—Abuelo —susurro. Al decir la palabra, siento un tirón en el pecho—, todo lo estoy haciendo mal.

Sus ojos se van apagando, en sus pupilas bailan dos chispas débiles.

—Nada... nada que se haga por amor está mal —contesta.

El recuerdo se vuelve una polvareda que borra todo soltando destellos grises.

Vuelven los gritos de la niña. Cuando los bomberos han sacado el cuerpo de su padre, ella emite un grito que le saca todo el aire de los pulmones. Me levanto muy lento, retrocedo, mis alas se encogen alrededor de la espalda, puedo sentir como me abrazan. Veo las sombras de la muerte estirarse, reptar por el suelo hacia el hombre. Y caigo en la cuenta de que la muerte estaba ahí por él y no por Tanner.

Abro los ojos y dejo los pensamientos a un lado.

Camino hasta unas rocas en forma de bancas cubiertas por enredaderas verdes con flores rojas y púrpuras que se levantan en un dosel. Me apoyo en una de ellas y subo. Me siento, me abrazo las piernas hasta que las rodillas se apoyan en mi pecho y mis alas me envuelven como un ovillo dorado.

Una bandada de mariposas doradas vuela cerca de mí, centellea y lanza destellos, laten con un patrón fijo formando espirales. Las sigo con la mirada y llegan hasta un lago azul púrpura que está tranquilo. Agarro una pequeña roca y la lanzo. Da justo en medio, y el agua empieza a moverse formando pequeñas ondas, luego se transforma en aves azules y púrpuras de ojos amarillos y cuellos largos, vuelan por encima de mí formando un arco gigante. Giro la cabeza para seguirlas. Se pierden entre las nubes esponjosas. Es impresionante que aún no me acostumbre a la magia que existe aquí.

El cielo tiene pinceladas azules, plateadas y verdes acompañados por tres lunas de diferentes tamaños, que desde donde estoy se ven tan cerca, que parece que estuvieran detrás de las montañas blancas. Camino hasta un claro donde grandes rocas empiezan a moverse y del suelo se abren túneles llenos de luz blanca que traen a nuevos ángeles. Aminoro el paso. Varias personas empiezan a salir y sus transiciones los esperan, al igual como hicieron conmigo. De repente, del túnel más cercano sale el hombre que ha muerto en el accidente.

No hay nada que pueda hacer ni decir, solo me limito a mirarlo, mientras camina perdido. Sus ojos se han apagado y no solo muestran muerte, sino miedo y confusión. Empieza a correr desesperado empujando a los demás. Todos lo miran confundidos, pero a él no le importa, parece que aún conserva algunos de sus recuerdos. Corre a buscar a su hija, grita su nombre, nadie le contesta. Se para en seco cerca de mí. No hay ningún ángel que lo reciba, así que avanzo hacia él, pero dos figuras altas me cortan el paso.

—Alanna Becker —dice el más alto—, por favor, ven con nosotros.

Los reconozco alinstante. Son Los Guardianes.

 Son Los Guardianes

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