TANNER STRONG

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Mientras las cosas vayan bien y siga viva, estaré a tu lado. Mientras las cosas vayan mal y me haya ido, estaré dentro de ti.

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El orfanato donde viven está a media hora de mi casa. Es una construcción de tres pisos cuya fachada tiene una infraestructura tradicional con tonos pasteles que le da un aspecto antiguo. Los detalles y acabados en las paredes muestran el cuidadoso trabajo y la dedicación que los arquitectos debieron tener años atrás, pero que el tiempo ha desmejorado. El perímetro está cercado por una verja blanca: barrotes verticales alternan entre uno fino y otro grueso, y en las puntas tienen un rombo dorado. Miro por instinto el cielo y hay una mezcla de azul con plomo que oscurece el día. Tal vez se avecina una tormenta.

El padre Antonio estaciona su auto en el jardín. Una vez ahí, apaga el motor y todos bajamos. La hermana Gaby se estira y dice algo a regañadientes que no logro descifrar, mientras la hermana Ana le da unas bolsas del supermercado.

—¿Necesitan ayuda? —pregunto. Me acerco a ellas para tomar las bolsas, pero la hermana Ana hace un gesto con la mano para que me detenga.

—No hace falta, señor Strong —dice cordialmente con una sonrisa en la cara—. Usted es nuestro invitado y no sería correcto. Además, la hermana Gaby puede sola.

—¡Que solo tengo dos manos! —refuta ella, frunciendo el ceño.

La mujer mayor abre los ojos y la regaña con la mirada. La otra levanta los hombros sin preocupación.

—Lleva todo a la cocina —le pide.

—Ni modo que al baño —murmura la otra.

—¡Hermana Gaby! —Dice su nombre con irritación—. Pórtese bien. Si el diablo llegara en estos momentos para llevársela... ¿Qué le diría?

—Que la lleve a usted primero.

Suelto una risa y Ana me mira en silencio. Me disculpo, sin embargo, nadie puede disimular lo gracioso que sonó la respuesta, así que reímos.

Todos avanzamos hacia la entrada principal. En menos de un segundo, los gritos y algarabías de unos niños llenan la entrada y el jardín. Todos se abalanzan hacia ambas hermanas y las abrazan. Ana les da besos a todos y alarga sus brazos lo más que puede de tal modo que atrapa a varios entre su regazo, todo lo contrario de Gaby, quien con la pierna trata de separar a algunos niños que se le trepan, luego se da por vencida y deja caer las bolsas. Las manzanas y tomates ruedan por el suelo y ella se arrodilla para abrazar a los niños. Suspira y luego sonríe.

—¿Quisiera tomar chocolate caliente?

La pregunta de Ana atormenta mi cabeza con recuerdos de Alanna. A mi abuelo le encantaba tomar chocolate caliente. Sus palabras suenan en cada rincón de mi ser.

—¿Señor Strong? —su voz me devuelve a la realidad.

La miro.

Ella vuelve a preguntarme.

—Le decía si quería tomar una taza de chocolate, claro si es que no tiene prisa.

—Claro —contesto, tratando de ordenar mis ideas —. Me gustaría.

Me hace un gesto para que avance después de ella y los niños. Una vez dentro, veo que en la sala hay dos libreros viejos y sin pintar con unos cuantos libros de segunda mano. Aunque el lugar es limpio y acogedor, se nota el aspecto desgastado y obsoleto de algunos muebles. Avanzamos hasta un estrecho pasillo lleno de cuadros con fotografías de madres superiores y sacerdotes, además de fotos grupales con los niños del orfanato. Me detengo a contemplarlas. En una de ellas están festejando el cumpleaños de dos niños el mismo día, en otra están todos sonriendo sentados en las escaleras, en otra corren detrás de dos perros larguiruchos por el jardín y en el cuadro más grande todos están en el auto: algunos adentro y otros afuera o encima del capó. Aunque las fotografías no son muy buenas y en algunos casos la posición del sol no favorece la luz, hay algo que llama poderosamente la atención: la sonrisa. Eso las convierte en especiales.

Un ángel duerme conmigo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora