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El amor puede ser doloroso.
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Tanner ha quedado devastado después de lo que pasó. Reconstruir su vida, sus sueños y su corazón, será el principio de un duro camino...
A veces tenemos que estar en lugares oscuros, conocer a malas personas y ser lastimados, para entender el sentido de la vida.
[OOO]
Cuando sale el sol, abandono el cementerio.
Salgo sin que el guardián y sus tres perros noten mi presencia. Camino por las calles sin querer llegar a casa. La capucha me cubre la parte superior del rostro y me deja una débil sombra en los ojos. Las calles tienen una nebulosa anaranjada por el color de las hojas de los árboles. El otoño ya está por finalizar. Este es el mes del aniversario del hospital.
El hospital. El recuerdo de los niños me hinca el pecho. Carolina. William. Lo último que supe es que William se recuperó y venció al cáncer. Ahora, solo va para sus controles mensuales. Lo ha logrado.
Él siempre me vio como un héroe, una figura paterna, pero ahora solo soy un fantasma, un recuerdo de eso.
La bocina de un autobús me saca de mi ensimismamiento. Avanza como un rayo arrastrando hojas secas y papeles que se mezclan en un remolino de polvo y humo negro. Espero unos segundos y paso la pista dando grandes zancadas antes de que pasen más vehículos. Cuando llego al otro lado de la calle, las bancas y los faroles se me hacen familiares, como si hubiese estado antes por este lugar. Escarbo en mi mente y un débil recuerdo llega. Estoy en mi auto y entro a una joyería a comprar el anillo de compromiso para Alanna.
El corazón se me encoje de tal forma que hago una mueca por el dolor. Dejo atrás el recuerdo y tomo un taxi.
Al llegar a casa, subo las escaleras hacia mi habitación sin que Katherine se dé cuenta, sin embargo, ella está en mi cama mirando el álbum de fotos familiar. Nota mi presencia, pero no se molesta en mirarme. Me detengo en el umbral de la puerta. Han sido varias veces las que no me ha encontrado en las mañanas al despertar, hasta que una noche me siguió. No sé cómo se las ingenió, pero me encontró durmiendo en el cementerio. Nunca tocó el tema, respetaba mis decisiones y yo tampoco quería hablar de ello, aunque en estos últimos meses las visitas se volvieron más frecuentes, y eso le preocupa.
—Es curioso cómo podemos capturar momentos en fotos y la mayoría de ellos son felices. ¿Y sabes por qué? —deja el álbum en la mesita de noche y se levanta. Se acerca a mí—. Porque los recuerdos más tristes se guardan aquí —señala la parte lateral de su cabeza.
Me quedo en silencio por varios minutos, hasta que me toma de las manos. Ella busca mis ojos y le miro. Katherine lleva el cabello recogido en un moño, vestido gris que le llega debajo de las rodillas, ningún accesorio y un mandil rojo con blanco. Le he dicho muchas veces que no tiene por qué usar mandiles o ropa de la servidumbre, sin embargo, ella hace caso omiso.
—Katherine...
—Cuando yo tenía ocho años, mi padre mató a golpes a mi madre. La dejó en coma y luego de tres días ella nos dejó. Su cuerpo no resistió más.
La voz se le corta. Katherine nunca había hablado de su familia con nosotros y mis padres nos enseñaron a respetar esa decisión. Nunca le toqué el tema, pensando que la pondría triste porque los extrañaba, pero ahora veo que la razón era otra. Percibo un ligero temblor en sus manos. Se da la vuelta y camina lento hasta la ventana de mi habitación. Corre la cortina solo un poco. La luz matutina entra y deja un haz de luz débil en las baldosas. Afuera, ha empezado a lloviznar. Puedo ver desde aquí el árbol de cerezo de mi madre.
—¿Por qué nunca me lo contaste? —le pregunto. Camino hasta llegar a su lado. Tiene una lágrima en la mejilla—. Sé lo difícil que es perder a tus padres, el vacío que dejan. Sabes que puedes contar conmigo. Siento mucho lo de tu madre.
—Ya pasó —susurra—. El tiempo me curó, aunque yo no puse de mi parte. Pasaron más de cincuenta años para darme cuenta que hay algunas cosas que debemos soltar. Durante todo ese tiempo nunca pude perdonar a mi padre, nunca pude dejar ir a mi madre. Todos los días la recordaba, todos los días me preguntaba por qué no hice más para ayudarla, para que escapáramos un día antes que su muerte.
—No fue tu culpa. Hay algunas cosas que no podemos controlar —digo. Aunque yo tampoco puedo soltar el recuerdo de Alanna, me atrevo a decirle algo—. Es difícil soltar a los que amamos.
Ella asiente en señal de afirmación.
—Pero debemos hacerlo. Yo perdoné a mi padre. Dejé ir a mi madre —me mira—. Debes dejarla ir.
¿Cuántas veces he intentado soltarla? No recuerdo. Fueron muchas. Día tras día lo intentaba, creía que lo había hecho, muchas personas me lo decían, trataban de comprenderme, pero la verdad es que ninguna me entendía. Ninguno de ellos había perdido a alguien como yo. Katherine siempre me acompañaba en silencio, lo único que se atrevía a hacer era ir a mi habitación cuando me escuchaba llorar y se sentaba en mi cama mientras acariciaba mis cabellos hasta que me quedaba dormido, un gesto que hacía cuando era niño, justo después de que mis padres murieron. Esta es la primera vez que conversamos sobre Alanna.
Ella continúa hablando.
—No tienes por qué perder cincuenta años. La vida se va demasiado rápido, por eso, vive. Estoy segura que la señorita Alanna eso quiere para ti —corre las puertas de vidrio que dan al balcón y sale. Le sigo. El aire helado de la mañana le alborota los cabellos—. No la decepciones. Recuerda lo que hizo por ti. No solo debes vivir por ti, sino también por ella.
No solo debes vivir por ti, sino también por ella.
Me llevo la mano al pecho por instinto. Toco la cicatriz. ¿Qué estoy haciendo? Alanna dio su vida por mí, renunció a su sueño para darme una oportunidad. Otra oportunidad.
La llovizna me trae tantos recuerdos. Guardamos silencio por varios minutos, hasta que le doy una sonrisa. Katherine sabe que ha tocado fibra sensible en mí.
—Iré a prepararte el desayuno, mientras te das un baño —se vuelve y camina con dirección a la salida, pero se detiene a medio camino—. Creo que deberías ir al hospital. Carolina no ha dejado de llamar preguntando por ti.
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