Capítulo cuatro: Recaudando información.

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Cuando sonó el timbre de salida, todos los estudiantes hicieron bullicio de júbilo y hasta yo lo habría hecho, de no ser por lo extraño que me resultaba la situación. Yo prefería evitar los alborotos, por lo que, cuando sonó lo que pareció el canto de los ángeles, decidí limitarme a relajar los músculos de mi cuerpo y recoger mis cosas en silencio.

Al llegar a la entrada del instituto, recordé que tenía que esperar a Gautier para emprender el camino a mi casa, a la que tanto ansiaba llegar después de una larga rutina de clases, y puesto a que después de haber tardado un buen rato recogiendo mis materiales casi no quedaban estudiantes y no había ningún rastro de mi amigo, opté por sentarme en uno de los escalones de entrada para que mi espera no se hiciese tan larga. Al poco rato, sentí una mirada puesta en mi espalda y a sabiendas de quién era, me quedé en mi lugar tratando de ignorar la incomodidad de tener un par de ojos encima. Pensé que tal vez debía irme acostumbrando a esta sensación desde ahora, pues mi acosador no se atrevía a admitir que me acechaba a cada segundo que podía.

—¿No sabes que el estar sentada allí te hace parecer una completamente vulgar vagabunda, niñita? —Se decidió a hablar después de haber transcurrido unos cuantos minutos. Se acercó a mí hasta entrar en mi campo de visión y se recargó en el barandal a mi derecha.

Solté un suspiro de irritación. El agotamiento, el hambre y la exasperación que me producía tener que quedarme esperando a alguien a pleno mediodía, no hacían de mi paciencia algo muy amplio como para soportar los insultos del idiota. Sin embargo, preferí no gastar mi tiempo acusándolo de acosarme, pues estaba demasiado agotada como para ingeniar cosas que pudiese usar para rebatirle sus excusas.

—¿No tendrías que haberte ido ya a tu casa, o algo así? —pregunté tratando de mantener un tono neutro, pero se me salió un hilillo de fastidio. Él se encogió de hombros, haciéndome saber que no le importaba quedarse allí en lo absoluto y me miró con atención. Solté un suspiro cansado—. Estoy esperando a alguien.

No sabía por qué le daba explicaciones, pero sabía que eso era lo que deseaba saber y puesto que no tenía más nada interesante que hacer mientras esperaba a Gautier, tomé la decisión de que tal vez podría sacar un poco de información de este chico que comenzaba a intrigarme. Pese al primer comentario que me había hecho cuando llegó, tomó asiento a mi lado, con la vista pegada al frente y lanzándome una que otra mirada de reojo de vez en cuando.

—Ya han pasado más de diez minutos desde que sonó el timbre —comentó como para rellenar el silencio. Miré mi reloj de muñeca y confirmé lo que me había dicho; ya habían transcurrido quince minutos desde que me senté aquí, por lo que supuse que mi amigo tardaría al menos quince minutos más, tiempo que utilizaría para sacarle un poco de información a este chico.

—¿Cómo te llamas? —solté de repente sin saber qué decir para que sonara más desinteresado. Supongo que parecer indiferente no era lo mío, pues, pregunté sin miramientos yendo directo al punto que me interesaba. Él se giró hacia mí de golpe, mirándome con sus ojos azul eléctrico abiertos de par en par, supe entonces que mi pregunta lo había pillado completamente por sorpresa.

—Oye, relaja tu acoso, niña —recomendó, y aunque apuesto todo lo que tengo a que trataba de sonar arrogante, su voz salió un poco más aguda de lo usual, reafirmando que lo había tomado desprevenido. Fue entonces cuando una sonrisa socarrona se posó en sus labios—. No querrás parecer desesperada.

Rodé los ojos, y volqué toda mi atención a los escalones que faltaban por bajar, pensando que tal vez haya sido una mala idea intentar conseguir información de este chico. Al fin y al cabo, era un idiota y no debería interesarme en lo más mínimo su vida, ni siquiera debí haberle contestado cuando comenzó a hablarme, debí pasar directo de él y limitarme a esperar a mi amigo (que no sabía qué le podría estar llevando tanto tiempo como para no salir), hacer como si jamás en mi vida hubiese escuchado su voz. Pero, ya no podía hacer nada, el tiempo no iba a retroceder mágicamente para evitar que le prestase atención a este idiota, o aún mejor, para que jamás me lo hubiese cruzado en el pasillo y así poder evitarme problemas y fama indeseada. Lamentablemente, el tiempo no volvía para nadie, ni para nada. Ni siquiera por la causa más noble, por más triste que eso fuese.

Designada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora