Capítulo treinta: Despedidas y aclaraciones.

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Mi visión era borrosa. La luminosidad del lugar era tan grande, que tenía que achinar los ojos para mejorar mi visión.

Cuando por fin mis ojos pudieron adaptarse a la luz, me di cuenta de que estaba en un lugar que nunca antes había visto.

El césped era cálido bajo mis pies descalzos, los árboles eran grandes y frondosos… Todo parecía la escenificación de un paraíso.

—Danielle —La voz llegó desde atrás, pero no necesité mirar para saber a quién pertenecía.

Llena de entusiasmo y alegría, me di la vuelta para encontrarme con Jackson.

Cuando lo vi, juro que casi me echo a llorar de la euforia y la felicidad.

Su cabello, volvía a ser de un castaño claro, limpio y peinado. Sus cuencas vacías, volvían a ser ocupadas por unos ojos azul eléctrico, como los de su hermano y sus heridas y mutilaciones, estaban cerradas y curadas. Su ropa sucia y harapienta, había sido sustituida por un lindo y brillante traje blanco.

No pude evitarlo, finas lágrimas comenzaron a descender de mis ojos.

—Oye, no llores —pidió Jackson, en tono suplicante.

Me apresuré a abrazarlo.

Por unos minutos, permanecimos así. Con mi cabeza apoyada en su hombro, en silencio. Ninguno de los dos éramos capaces de romper ese momento de tranquilidad y paz absoluta, por el que tanto tiempo habíamos estado luchando.

Fui la primera en romper el contacto, era consciente de que no tenía mucho tiempo. Me limpié los restos de lágrimas de los ojos.

—Luces realmente bien —dije intentando alivianar en ambiente. Sentía un nudo en la garganta, pero me obligué a tragarlo y mantenerme fuerte.

—Danielle, no sabes lo agradecido que estoy contigo, en serio. Jamás podría haber conseguido la paz sin ti… Por un momento pensé que…, que era mi fin, que ya no tenía más salida. Pero tú me has ayudado, tu determinación y esfuerzo dieron frutos y pudiste ayudarme. Creo que no hay palabras que puedan expresar el agradecimiento que te tengo. A ti y a mi hermano, por ayudarme con todo esto, aún cuando su vida estuvo en peligro y era mejor abandonar —dijo, hablando de manera atropellada.

Tuve que hacer mayor uso de mi fuerza por no llorar ante sus palabras de agradecimiento.

Me encantaba lo tersa y suave que era su voz ahora…, nada de gargantas secas y rasposas.

—Jackson, no tienes por qué agradecerme. Sí, al principio estaba asustada y frustrada, no sabía qué podía hacer yo para ayudarte…, pero luego, al ver el estado en el que estabas y lo cruel que fue el destino contigo…, ese fue mi motor de arranque —confesé—, además, logré encariñarme contigo a tal punto de que no me importó mentir y ponerme en peligro, en más de una ocasión, para poder dar con el imbécil que ocasionó todo esto —bajé la mirada—. La verdad, que haya sido mi propio padre…, mi propia sangre la causante de todos los problemas en tu familia me hace sentir, en cierta forma culpaba.

Jackson tomó mis manos entre las suyas y les dio un ligero apretón, haciéndome volver a levantar la vista.

—Yo no creo que los hijos deban pagar por los errores de sus padres —informó.

Luego, una brisa cálida se dedicó a envolvernos.

Jackson y yo nos miramos, sabiendo por instinto qué significaba ese pequeño cambio de clima.

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