Capítulo veinticuatro: Una buena decisión.

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Tenía el leve presentimiento de que el jabón, la espuma y los detergentes tendrían un mal resultado para mis manos.

Probablemente, esto no me importaría si realmente tuviese ganas de limpiar, pero cuando lo haces por obligación de tu madre, realmente apesta. Y mucho.

Mientras lavaba la montaña de platos y utensilios sucios, recordé cómo fue que llegué a todo esto.

———

No sabía qué decirle  mi madre para explicarle que pasaría la noche fuera…, con Michael.

Estaba cien por ciento segura de que malpensaría toda la situación y que no iba a importar cuántas veces le repitiera que era por una buena causa, creería que era para…, otras cosas.

Así que cuando estuve con ella, a solas en la cocina después de cenar, decidí hacer algo a lo que no estaba acostumbraba y que odiaba a muerte: mentir.

—Oye, mamá, ¿me das permiso para pasar mañana la noche fuera de casa? —pregunté de manera casual y esperanzada. ¿Quién sabe? Tal vez mi madre haya cambiado repentinamente su forma de pensar y ni siquiera necesitaría mentir para conseguir su consentimiento.

Bien, yo sabía perfectamente bien que me estaba engañando a mí misma, pero no perdía nada con intentarlo, ¿verdad?

Mi madre frunció el ceño, de tal forma, que su cara se parecía a la de un Shar-pei¹. Eso me habría hecho reír, de no haber estado en esta situación que me ponía realmente nerviosa. Las palmas de mis manos sudaban a mares.

—¿La noche fuera de casa? —repitió—. ¿Y se puede saber para qué?

No, sólo déjame ir y listo. Quise contestar, pero tenía que conseguir ese permiso y, además, era mi madre; con una respuesta así sólo podía ganarme un bofetón de muerte.

Oh, qué difícil era esto.

—Es que Jessica me invitó a su casa para disfrutar el final de las vacaciones —inventé—. Algo así como una fiesta de pijamas.

Mi madre frunció los labios. Esto no lucía nada bien: cara de Shar-pei y labios fruncidos no eran una buena combinación.

—No lo sé —dijo escuetamente.

Comencé a desesperarme un poco.

¡Por Dios, ella ha pasado casi todos los fines de semana fuera de casa, ¿y no me puede dejar a mí una sola noche?!

—¿Por favor? —intenté forzadamente.

Me miró dudosa.

—¿Estará su madre? —preguntó rápidamente.

¿Eso acaso importaba?

—Sí —contesté, a sabiendas de que con esa respuesta mis probabilidades de poder ir aumentarían.

Llevó su mano al mentón. ¡Válgame Dios, dime de una vez por todas!

—¿Te llevará Gautier y te traerá ella? —interrogó finalmente.

En mi cabeza estallaron gritos de júbilo. Eso era un sí, ¿cierto?

—Tal vez podría traerme Michael… —comenté, pero al ver cómo mi madre abría los ojos desmesuradamente, me aclaré la garganta y cambié mis palabras—: O le podría decir a alguien más.

Mi madre se relajó notablemente.

—Es mejor que te traiga alguien más —dijo—. Michael y yo necesitamos hablar seriamente, si planean seguir en contacto.

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