Capítulo trece: Hospital Psiquiátrico Central.

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El auto estaba sumido en el más inquietante silencio.

Michael estaba a mi lado, en el asiento del conductor, tenso y sin mediar palabra. Eso era un hecho preocupante tratándose del irritante y fastidioso Michael Hekings.

Ante nosotros, el hospital psiquiátrico central de la pequeña ciudad que se encontraba a media hora de distancia de donde vivíamos. Habíamos llegado hacia cosa de una hora, pero Michael no se atrevía a salir del auto; se mantenía estático con las manos cerradas alrededor del volante.

Mientras tanto, yo estaba moviendo el pie nerviosamente en mi asiento mientras miraba a todos lados incómoda. Nunca me gustaron los silencios tensos y prolongados, por lo tanto, estar en esta clase de situaciones me hacía sentir inútil, no sabía qué hacer o qué decir.

Después de que Michael me revelase que Gianni, la mujer que el asesino de su hermano afirmaba que tenía respuestas, era su madre, dijo que aprovecharíamos de ir al hospital psiquiátrico esa misma tarde para tener el sábado libre. Yo no puse ninguna objeción al respecto porque no quise contradecir a Michael en su estado actual y también porque sentía una curiosidad inmensa respecto a esa mujer.

Incapaz de sostener ese silencio por un segundo más, puse la mano en el hombro de Michael; dispuesta a decirle que bajásemos del auto de una vez por todos, pero, al ver su expresión temerosa similar a la de un pequeño niño desamparado, esas palabras quedaron olvidadas y me quedé por unos momentos en blanco.

—Michael, si quieres podemos volver luego. No tenemos que hacer esto hoy, o si lo prefieres, yo podría ir sola y conseguir algunas respuestas —dije con la voz más dulce y tranquila que fui capaz de emplear. Verlo así me daba ganas de querer abrazarlo y estrujarlo, como se haría con un infante…, pero luego recuerdo que eso se vería demasiado estúpido y que, posiblemente, Michael pensaría que le tenía lástima por ese gesto.

Michael me miró con indecisión por unos segundos y, luego movió ligeramente la cabeza de un lado a otro cerrando los ojos, cuando volvió a abrirlos, su mirada se había endurecido.

—No —dijo con firmeza—. No dejaré que hagas esto sola. Si entras ahí, será conmigo, ¿bien?

Sonreí ligeramente al ver al Michael, testarudo sin remedio, de siempre frente a mí. Me limité a asentir y ambos salimos del auto. Cuando nos detuvimos ante la puerta para entrar, tomé su mano para darle mayor apoyo y él me miró agradecido, y me dio un ligero apretón. Entonces, empujamos la puerta y nos adentramos al lugar.

Cuando dicen la palabra “hospital psiquiátrico”, lo primero que uno se imagina es un lugar lleno de personas con mirada extraña, cabezas torcidas hacia un lado, gritos descontrolados, enfermeras corriendo por doquier espantadas y un lugar poco amueblado, sin color.

Sin embargo, ese lugar era igual a un hospital común y corriente. Había un recibidor, sala de espera, olor a alcohol como es característico de los hospitales, enfermeras caminando tranquilamente por el lugar y un millón de puertas, que adiviné, eran las habitaciones de las personas residentes de allí.

Soltando un ligero suspiro de alivio, me dirigí junto con Michael al recibidor donde una señora de unos treinta años a lo sumo nos ofreció una amigable y cansada mirada.

—Buenas tardes, venimos a ver a la señora Gianni McQueen —avisó Michael, forzando una ligera sonrisa de boca cerrada hacia la señora.

—Primero necesito que me llenes un formulario —dijo la señora con voz somnolienta, sacando unos papeles y un lapicero para luego entregárselos a Michael.

Creí que soltaría mi mano para llenar el formulario, sin embargo, no lo hizo. Debía resaltar que su mano era tan cálida, que me sorprendía un poco que perteneciera a un chico. Luego veía su gigantesco tamaño y comprobaba ese hecho.

Designada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora