Capítulo dieciocho: ¿Y qué pasa si ya llevo la mitad?

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Había pasado por bastantes situaciones vergonzosas en mi vida, incluyendo el día de mi nacimiento.

Y no, no lo digo en sentido figurado, estoy hablando de manera literal.

No recuerdo el momento pero, justo antes de nacer, defequé dentro del estómago de mi madre, lo que ocasionó que se realizara una cesárea inmediata de alto riesgo.

Luego estuvo aquella vez que usé un traje de baño sin tirantes y se me bajó cuando salí de la piscina dejando mis pechos al descubierto, aquella otra vez cuando accidentalmente me equivoqué de auto y terminé disculpándome con unos desconocidos, otra cuando estaba en medio de una exposición en clase y, sin darme cuenta, se me había roto el pantalón dejando al descubierto mi ropa interior, no puedo omitir que cuando conocí a Mark estaba sentada en medio de la sala con las piernas cruzadas como indio en tribu y otra infinidad de cosas que me llevaría mucho tiempo explicar.

Pero ninguna de todas esas cosas eran tan penosas, como esta. Definitivamente, este momento quedaría grabado como el momento más vergonzoso en toda la existencia de mi vida humana.

Los ojos de mi madre cambiaban de Michael a mí, sincronizadamente.

Mierda…

Mi rostro no estaba más rojo porque no podía y la mirada aludida de mi madre no hacía nada para ayudarme con ese aspecto.

Lo mejor en esta situación habría sido que Michael se fuera a su casa y así podría hablar con mi madre en privado e intentar hacer que la situación no me hiciera quedar como la adolescente inconsciente de apenas diecisiete años que se besa apasionadamente, con un chico que no es su novio, en su casa con otras tres personas a pocos metros de distancia. Aunque sí era dicha adolescente.

Pero no había podido decirle a Michael que se fuera, porque mi madre nos ordenó ir a la sala, donde él y yo nos sentamos en el sofá compartido, dejándola a ella en el sillón del frente, desde donde ahora nos miraba exigiendo una explicación.

—¿Y bien? —presionó al ver que ninguno de los dos tenía la intención de empezar a hablar.

Dios, esto era tan bochornoso para mí…

Mi madre sabía que yo no era una “santa” y muchos menos una chica angelical, pero nunca antes le había causado algún malestar con respecto a chicos. Sí, mi conducta era un poco rebelde en cuanto a respuestas, comportamiento y forma de hablar, pero ¿chicos? Nunca. En ese sentido era bastante respetada: no me gustaba salir a fiestas y mucho menos emborracharme, no andaba con malas juntas haciendo cosas indebidas, nunca había tenido un “novio”, y mi madre nunca me había visto de besucona con algún chico.

Pero como dicen por ahí, “hay una primera vez para todo”. Y esta era mi primera vez para casi morir.

—Mamá, no… —Me detuve sin saber qué decir. Era obvio que eso de “no es lo que piensas” no se aplicaba a este caso porque nos había visto en plena acción… Dios, qué espanto. Ni siquiera me quería imaginar las ideas que se estaba haciendo mi madre de mí en este momento. Y lo peor es que sabía que no había excusa que tuviese validez.

Nota importante: Nunca deben hacer esta clase de cosas en un lugar donde sus padres los vean porque, aunque sean casi mayores de edad y estén lo bastante conscientes para saber lo que hacen, es una situación que preferiblemente se evita y les ahorra, tanto a sus padres como a ustedes, muchos dolores de cabeza.

Mi madre no sólo era mi madre, también era mi padre y con eso quiero decir que a ella no le gustaba mucho la idea de su hijita con un chico en medio de un beso descontrolado.

—Ha sido mi culpa, señora Parker —habló Michael, en un intento de salvación para ambos.

Mi madre abrió los ojos desorbitantemente y por su expresión deduje que estaba a punto de abalanzarse encima de Michael y asesinarlo sin piedad alguna.

Designada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora