Capítulo veinticinco: "Yo sé algo."

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Estaba terriblemente nerviosa. No, horriblemente. O aún más que eso.

No podía describir bien mis sentimientos en este momento; sentía como si algo estuviese carcomiéndome los órganos, mi estómago estaba hecho un nudo, quería vomitar mi almuerzo y mi mente estaba hecha un revoltijo.

Ojalá mi madre no me hubiese obligado a comer.

Esta mañana me había encargado de llamar a Jessica para que me cubriera, ella había accedido casi de inmediato, con la condición de que le diera “todos los detalles” cuando iniciáramos el instituto en dos días, y sí, lo había dicho con toda la perversidad posible. Aún no sabía exactamente qué detalles contarle; al fin y al cabo, dudo mucho que haya algo para contar al final del día.

Esta mañana, Mark me había enviado un texto de buenos días y nos la pasamos hablando un rato. La verdad, el iniciar un noviazgo no había cambiado mucho las cosas entre nosotros, ¿o sería que desde antes ya nos comportábamos como novios?... El punto es, que me sentía culpable por pasar la noche fuera con un chico con  el que no parecía llevarse nada bien…, o con un chico en general. Apenas inicié mi relación ayer, y ya me voy a pasar la noche con otro chico con el que tuve una confusión amorosa (porque sí, al parecer fue sólo una simple confusión amorosa), y eso me hacía sentir sucia.

Aunque no haría nada indebido con Michael.

Él era sólo un idiota que me caía bien y con quien sólo viajaría para resolver el caso de un asesinato.

Eso no me dejaba tan mal, ¿cierto?

Y sin embargo, los nervios no cesaban.

Gautier se había ofrecido a llevarme a dondequiera que yo fuese, pero yo me había negado gracias a que el idiota se encargó de llamarme por teléfono temprano para decirme que él pasaría a recogerme hoy en el camino de entrada de mi casa. Y cuando digo que me llamó por teléfono temprano, me refiero a que lo hizo realmente temprano. Con T mayúscula. Algo así como a las cinco y media de la mañana.

Sí, en ese momento quise tener el poder de teletransportar mi brazo por el teléfono y así ahorcarlo.

Y así es como había llegado a estar aquí. En el auto de Michael, escuchando algunas canciones en un tono tan bajo que eran apenas perceptibles para mis oídos y en un silencio sepulcral que no ayudaba en lo más mínimo a calmar mis nervios y acallar mi mente.

¿Por qué no habla?

¿En qué piensa tanto?

¿Es que no ve que estoy muriendo aquí?

—¿Y qué haremos primero? —Me atreví a romper el silencio, incapaz de soportarlo por un segundo más.

Él apartó la mirada de la carretera y me miró con picardía, moviendo las cejas sugestivamente.

—Estoy a tus ordenes —dijo ladeando una sonrisa perversa.

Me sonrojé al captar el rumbo errado que había tomado la conversación y me hundí en mi asiento. Quería golpearlo con algo de hierro.

—No me refiero a esa clase de cosas —me quejé abochornada.

Ensanchó aún más su sonrisa.

—¿De qué clase de cosas hablas, niñita? —preguntó.

Mis mejillas se encendieron aún más.

—Idiota pervertido —sentencié.

Las comisuras de sus labios comenzaron a temblar furiosamente y supe que estaba aguantando una carcajada.

Designada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora