Capítulo seis: Recuerdos.

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El idiota me llevó a comer a una pizzería que quedaba como a unos quince minutos de distancia. Eso me pareció genial, ya que, si me apetecía irme de allí o la situación lo ameritaba, podía fácilmente salir del local e ir a mi casa a pie. El camino en el auto fue en silencio, a excepción de la música de su reproductor, que, aunque no quise admitirlo en el momento, era muy de mi agrado. Creo haber reconocido a la banda, pero no estaba muy segura de ello, y tampoco tuve mucho tiempo de detenerme a analizar, debido a que el camino había sido verdaderamente corto.

Una vez dentro, ocupamos una mesa, algo apartada de las demás, que quedaba al lado de un ventanal, motivo por el cual no me quejé al respecto.

—¿Quieres pedir algo en particular? —preguntó el idiota, que ocupaba asiento frente a mí. Levanté la mirada de mi regazo hacia él, y no pude notar su expresión debido a que tenía el menú extendido frente sí, dejado su rostro fuera de mi campo de visión. Aunque, supuse que debía de tener el ceño fruncido, mientras leía lo que contenía el menú.

Me encogí de hombros, olvidando momentáneamente del hecho de que no podía verme.

—Cualquier cosa está bien para mí —dije, sin darle mucha importancia al asunto. Por lo general, no solía ser exigente en cuanto a comida se refiere. El idiota bajó un poco el menú, lo suficiente para dejar a la vista sólo sus ojos y me hizo recapacitar acerca de mi respuesta. Rodé los ojos—. Cualquier cosa, menos anchoas. No me gustan.

Volvió a subir el menú, quedando fuera de mi vista y privada de poder ver sus gestos y expresiones.

—Así que quieres una pizza con anchoas. Perfecto —dijo después de un rato, manteniendo el menú en lo alto. A pesar de que no veía ver su expresión, sabía de antemano que de seguro estaba sonriendo con diversión y que me estaba tomando el pelo. Le di una ligera patada por debajo de la mesa, fue apenas un golpecito, pero bastó para que decidiera poner el menú en la mesa y fijar su atención en mí—. Oye, tranquilízate, niñita. No querrás parecer una beba malcriada y berrinchuda.

Me crucé de brazos, dispuesta a discutir un poco con él al respecto, pero en ese momento llegó la camarera haciéndome guardar silencio. Noté que ya esto de ser interrumpida por un tercero cuando estoy a punto de quejarme un poco con el idiota se estaba haciendo una costumbre. ¿Es que acaso el universo se había puesto a favor de que el idiota quedara siempre con la última palabra en una conversación-pelea? Esperaba que él no fuese consciente de ese pequeño detalle, porque estaba segura de que eso sólo aumentaría su ya elevado ego.

Me di cuenta de que la camarera era joven y no apartaba la mirada del idiota, podría decirse que sólo le faltaba babear sobre la pequeña libreta que llevaba para anotar las órdenes. Lo más curioso era que Michael parecía ajeno a ese hecho, pues, ni siquiera la miraba. Comenzó a pedir alguna pizza con algo a lo que no le presté atención, con la vista fija en el menú. La chica anotaba a una velocidad impresionante todo lo que él decía. Luego, cerró él cerró el menú y se lo entregó sin prestarle mucha atención.

—¿Desean ordenar algo para beber? —logró articular la pobre chica con algo de dificultad, mientras se sonrojaba. ¡Oh mi Dios! Esto no podía ser cierto. La atención del idiota se quedó fija en mí y supe que estaba esperando a que yo pidiese algo.

—Un refresco está bien, gracias —dije cortésmente, dirigiendo una pequeña sonrisa hacia la chica. Ella anotó mi pedido y volvió a fijar la atención en Michael. Lo miraba como si se tratase de una especie de súper modelo o de algún dios griego. Tuve que hacer empleo de todo mi esfuerzo para reprimir que una expresión de asombro adornara mi rostro.

—Lo mismo para mí —dijo finalmente el idiota, dirigiéndole una pequeña mirada a la chica, al ver que ella no se movía, esbozó una pequeña sonrisa y fue entonces cuando ella entendió que debía irse de allí. Miré al idiota, anonadada, y él fijó sus ojos en los míos al ver que no apartaba la mirada.

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