CAPÍTULO III: Pasteles Agridulces (Y Otras Cosas Extrañas)

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               Alicia estaba aterrada. Creía que la Oruga le había engañado, que todo no había sido nada más que una diabólica trampa, en la que había caído como una insulsa mariposa.

               La oscuridad era absoluta dentro del agujero, ni siquiera estaba segura de si seguía cayendo hacia abajo o si era tan sólo una ilusión. No se fiaba mucho de aquel gusano... y, según Cheshire, hacía bien. Pero, ¿sería verdad aquello que decía? ¿Acaso su propia mente estaba compinchada en su contra? Si tal cosa era cierta, si no podía confiar en sí misma, ¿qué le quedaba entonces?

                Se vio absorta en estos pensamientos hasta que escuchó una canción entonada en la distancia, retumbando por aquel agujero negro en el que estaba cayendo. Era muy sencilla, como una nana de cuna tocada en una cajita de música... Le resultaba peculiarmente familiar.

                 Pronto,  vislumbró a lo lejos una luz centelleante que traspasó con su cuerpo, cayendo rodando al instante sobre una tierra árida y beis. Aquella copla resonaba ahora en el ambiente con más intensidad, y parecía no querer acabar nunca. Aunque tenía un ritmo mucho más animado e infantiloide de lo que en un principio le había parecido.

                  Alicia se sacudió el polvo de la cabeza y el vestido, dándose cuenta de que éste había vuelto a cambiar de forma: ahora llevaba uno aún similar al suyo, pero de cuadros rosas y azules, con puntilla negra en los bordes. Llevaba colgando un delantal rosa claro, luciendo  lacitos y encajes en todo el conjunto. Era igual a una muñeca de juguete. Se asqueó de su propia apariencia pero, al echar un simple vistazo comprendió que  iba a juego con el lugar, pues a su alrededor se erguían casas de colores chillones y tonos pastel, principalmente cálidos; el cielo estaba dotado de un color rosáceo precioso, y los árboles eran en su mayor parte bellos cerezos en flor de diferentes colores. Los arbustos estaban llenos de piruletas y caramelos, y a cada pocos metros se erguían fuentes de chocolate y columpios en las nubes. Cada vivienda era diferente, y decía mucho de sus habitantes, pero todas eran distinguidas y señoriales, como casas de muñecas. También había juguetes, enormes esparcidos por doquier, realmente gigantes; lápices, cubos de letras, pelotas, tabas, soldaditos de plomo, palos de cróquet, osos de peluche...

-          Es curioso. Hace mucho tiempo que no juego al cróquet... -pensó para sí.

-          Sí, aquí ha dejado de ser el deporte predilecto –respondió una sonrisa conocida.

-          ¿Hay algún motivo en concreto?

-          La Reina intentó romperle la cabeza a la Duquesa durante una partida.

-          Es curioso -resopló la chica, cruzándose de brazos-. No me sorprende en absoluto... Veo que saliste airoso de la cacería en el Valle de Lágrimas, gato. Me alegro.

-         Nunca subestimes el poder de algo que no tiene forma, niña.

-         ¿Les hiciste mucho daño? -y aunque no sabía muy bien cuál había sido la amenaza, esperaba que hubieran recibido su merecido castigo.

-         Me pillaron de buen humor...

            Alicia sonrió con cierta malicia por el comentario. La verdad es que aquel ligero toque sádico que traía el felino no venía mal de vez en cuando. Especialmente en aquel extraño lugar, pues el ambiente en general era demasiado dulce y jubiloso, incluso el viento olía ligeramente a pastel de chocolate y resultaba empalagoso. Alicia se inquietó, preguntándose cómo en una mente tan perturbada como la suya, podía llegar a existir un lugar tan aniñado y pueril.

WONDERLOST: El Proyecto de Alicia #OreosAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora