CAPÍTULO I: Otro día, Otra pesadilla

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Alicia se despertó sobresaltada sobre la cama del orfanato.

Había vuelto a tener el sueño: ese sueño. Ya no había duda alguna de que cada vez era más intenso; cada noche parecía un poco más real. Cada vez se asimilaba más a una pesadilla que a una simple fantasía, a un delirio.

Se sentó resignada sobre el chirriante colchón y suspiró profundamente, restregándose las manos sobre el rostro para desperezar sus ojos y ahuyentar los espíritus que se habían apoderado de su cabeza mientras ella no miraba. Tras permanecer sentada unos instantes en completo silencio, percibiendo cada ligero murmullo de la vieja casa –el óxido de las tuberías, el crujir de las paredes, de las ventanas- se inclinó hacia la mesita de noche que yacía al lado del cabecero, cogiendo un lápiz, su "Cuaderno de los Horrores",  poniéndose a dibujar casi de forma autómata.

Cada vez que habría la portada del cuaderno escuchaba en la lejaní la voz del doctor Derek, aquella que le había repetido un millón de veces -tal vez más- que sus sueños eran una mera forma que tenía su mente de recordar el pasado; un modo enigmático y complejo que buscaba para intentar recuperar recuerdos perdidos, o de avisarla sobre cualquier detalle que se le pudiera haber escapado, cualquier obsesión o deseo más profundo, que se huyese de nuestra consciencia, pero no de nuestra conciencia.

Así le aconsejó que, cada mañana al despertar –y justo al despertar- realizase un esbozo de lo que mejor rememorase sobre sus sueños, y así lo colgara en la pared de su cuarto. Suponía que, a base de forzar la mente a recordar las líneas de grafito, su paciente terminaría acordándose tarde o temprano de lo que había caído en un pozo del olvido muchos años atrás, hilando de alguna manera esos fragmentos sin sentido aparente con una realidad mucho menos figurada. Abrió el cuaderno y garabateó como pudo una pradera a base de inquietos trazos. Y un gran lago de color rojo, rodeado por miles de astas cubiertas por la sangre de cabezas de muñecos aún palpitantes, custodiadas por enormes cartas de la misma tonalidad.

Y en el lago dibujó cuerpos; cuerpos flotantes, inmóviles y sin cabeza.

Y mientras las cartas continuaban llenando el lago con su sangre, ella se encontraba en el fondo, atada por una serie de zarzas submarinas que la retenían con fuerza, desgarrándole la pierna a cada tirón que daba para intentar librarse. A medida que pasaba el tiempo, se iba ahogando cada vez más y más en una laguna de sangre inocente, sin poder evitar ni su muerte ni la de los demás.

Otro sueño, nada más...

Cuando terminó, colgó como el bosquejo en uno de los pocos huecos libres que quedaba en la pared, como ya era rutina, echándose hacia atrás para contemplarlo mejor. Su obra maestra. No se sorprendió. Había tenido, más o menos, la misma quimera todas las noches. Todas las malditas noches durante nueve largos años, desde el incendio que acabó con todo. Desde que tenía memoria.

Intentad multiplicar trescientos sesenta y cinco por nueve. Da igual, dan tres mil ochocientas sesenta y cinco pesadillas en total, y eso sin contar años bisiestos, por lo que no es exagerado asegurar que las paredes de su habitación estaban a rebosar de hojas de papel.

La gente, claramente, se abstenía a entrar en el cuarto de Alicia a causa de esos dibujos macabros y horribles. Pero para nada eran una representación de su persona, claro que no.

Sólo se lo había mandado el doctor.

Tras terminar con su momento artístico, abandonó el frío dormitorio, dirigiéndose hacia la cocina del piso inferior mientras arrastraba los pies sobre la moqueta. Como siempre, la luz no entraba a través de las sucias y enrejadas ventanas del orfanato, y la falta de calefacción de gas e inminente oscuridad invernal helaba cada día un poco más su interior. El agrio aroma que se mezclaba en los pasillos impedía averiguar cuál de las habitaciones era la más apestosa. Todas podrían haber sido dignas concursantes.

WONDERLOST: El Proyecto de Alicia #OreosAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora