WONDERLOST: El Proyecto de Alicia #OreosAwards

CAPÍTULO VII: Tiempo y Té (Una auténtica locura)

A primera vista, cualquier inepto hubiera pensado que aquel frondoso bosque era uno como otro cualquiera o, en el último de los casos, al menos parecido a los que rodeaban el Valle de Lágrimas.

Pero Alicia no era una inepta, y por tanto supo a primera vista que la tierra que pisaba la estaba pisando por primera vez. Las hojas de los árboles eran oscuras y amplias, un tanto translúcidas. Algunas afiladas como verdaderas cuchillas de afeitar. Había un camino de guijarros que conducía ninguna parte, y setas de hermosos colores a ambos lados, pero de aspecto putrefacto y delirante. Si Alicia no hubiese sabido a estas alturas que nada bueno se podía esperar de aquello que uno se tomaba en Wonderland, era más que probable que le hubiese pegado un mísero bocado a una seta al azar. Simplemente por saber qué más podía pasar.

"Me he hecho más grande, y más pequeña. He atravesado la tierra de lado a lado y respirado bajo el agua. Poder girar la cabeza hacia atrás o convertirme en paja serían síntomas que no me sorprenderían."

A lo lejos, escondido entre la alta maleza y el follaje, Alicia creyó distinguir el chirriar de un viejo molino, empujado débilmente por una brisa inexistente. Oyó unas risas difuminadas en el aire, y el entonar de varias canciones retumbando por doquier que recordaban a las fiestas privadas que preparaban los Hillwood con sus amigos y varias cajas de vino barato.

Intrigada, decidió caminar guiada por aquellas voces. De todo lo que podría salir mal de aquella elección, no era mucho peor que perderse en mitad de un bosque en el que los carteles no sabían indicar sus direcciones. A medida que avanzaba, las plantas que formaban el bosque resultaban más curiosas; todas ellas tenían algo mecánico, un implante artificial incrustado en sus tallos; bisagras, ruedas dentadas, clavos, tornillos, manecillas... Algunas se iluminaban al abrirse debido a pequeñas bombillas incrustadas en su corola. Eran fascinantes.

De fondo, se escuchaba un insistente palpitar maquinal, tal y como murmullo de una fábrica de relojes. Incluso los seres vivos que rondaban por allí estaban mecanizados, aunque no parecían muy alegres de formar parte del progreso. Mariposas echas de tuercas, zorros de hojalata, pájaros con prótesis en la garganta que emitían sonidos de lobo al cantar... Todo era extraño, demasiado incluso para ese lugar. Mezclado entre el tintineo de la fábrica, se escuchaba también una alegre aunque extática cancioncilla:

"Me recuerda a las que se oyen desde la ventana del orfanato, esos ebrios pesados del viernes noche."

Cuando se acercó lo suficiente, su camino fue interrumpido por una verja de hierro destartalada. Había alguien al otro lado y su instinto decidió que lo mejor era esconderse detrás de un árbol de bombillas, por mera seguridad. Delante de una casa destartalada, había una plataforma flotante con diseños de ajedrez, sujeta a ninguna parte. Sobre ésta se extendía una larga mesa de fiesta, llena de tazas, teteras, cucharillas, tenedores, relojes de diversos tamaños, con pastas y magdalenas desordenadas por toda su superficie. En el mantel, bastante raído, había numerosas manchas de un tono oscuro.

"Espero que esa mancha sea de té..." Pensó para sí.

Tres personas -por llamarlo de algún modo- se sentaban a su alrededor; una presidiendo y las otras dos a ambos lados. El resto de las sillas se encontraban totalmente vacías. No logró distinguirlas con claridad, pero sospechaba de quién podía tratarse. No quedaban muchas opciones. El presidente de la mesa era el que aparentaba más entusiasmo, ya que no podía dejar de hablar y cantar con una voz raspada, aguda, mientras servía efusivamente las tazas llenas de té de sus compañeros, a la vez que les tiraba pastas de canela a la cara.

Alicia no presintió nada bueno de todo aquello, pero era preguntar o pasarse días recorriendo el bosque. Ya no tenía sentido seguirle la pista al Jabberwockky, pues no había pista alguna. Lo importante era escapar de aquel lugar.