CAPÍTULO IX: Loca de Remate (Y una pizca de histeria)

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Una luz cegadora y blanca iluminó de nuevo su mente.

Se sentía mareada, dolorida, un tanto mutilada, y su boca tenía un extraño sabor a bilis.

No se atrevió a abrir los ojos, pues la luz era tan potente que incluso podía sentirla arder con los párpados bajados. Sin embargo, tenía la impresión de que todo aquello le resultaba extrañamente familiar.

Estaba tendida sobre una camilla, en la cual pudo notar con las yemas de los dedos unas correas de cuero sin atar. El aire olía a suciedad, drogas y dolor, y extraños ruidos propios de seres sobrenaturales retumbaban por los laberínticos pasillos.

Una extraña y emotiva sensación le inundó el corazón al instante.

Sonrió levemente y abrió los ojos de par en par, incorporándose sobre la cama repentinamente:

- ¡Ya he vuelto! -gritó a los cuatro vientos, mareándose un poco por la violencia de sus movimientos- ¿Doctor Derek? ¿Hola? ¿Hay alguien?

Juraría que aquello era el manicomio. Es más, estaba segura de que aquello era un manicomio, pero no el SUYO.

Se encontraba en un lugar totalmente diferente, en el cual había puertas y escaleras en las paredes, e incluso ascendiendo por el techo. Era una construcción asimétrica y en contra de todas las leyes de la gravedad. Pero si aquello era raro, lo más extraño fue ver a diminutas personitas caminando perfectamente por esas paredes. Entonces Alicia comenzó a cuestionarse qué era arriba y qué era abajo. ¿Estaba ella en el suelo, o en el techo, o simplemente en un muro? Se sentía demasiado cansada como para ponerse a pensar en cosas ilógicas, el viajecito no había sido precisamente agradable.

¿Qué se suponía que era ese lugar? ¿La habrían trasladado de manicomio o algo por el estilo? Fuera lo que fuere, no pensaba quedarse ahí ni un minuto más. Se bajó de la cama de un salto y examinó su siguiente paso.

La sala era peor de lo que jamás pudo haber imaginado; todas las torturas inimaginables, pero reales, residían por doquier; tarros repletos de sanguijuelas, grandes tornillos para agujerearle la cabeza -algo que estuvieron a punto de hacer, dicho sea de paso-; grifos de los que corría de todo menos agua limpia, correas y camisas de fuerza usadas, jeringuillas kilométricas con líquidos extraños vomitivos y, lo peor de todo, dos grandes bobinas cargadas de electricidad, dispuesta a recorrer dolorosamente su espina dorsal. En las baldas había también otros utensilios, los cuales Alicia no había visto nunca y prefería no descubrir. Tal vez fuese por todos aquellos instrumentos, o por la gran cantidad de sangre que manchaba las blancas superficies, pero no resultaba un lugar confortable ¿Aquello era un manicomio o una sala de torturas? Seguro que Cheshire hubiese dicho: "¿Qué diferencia hay?"

Luego lamentó haber pensado eso.

Alicia localizó una escalera cercana por la que podía escapar, pero pegada a la techumbre, así que se subió a una balda y comenzó a treparla con dificultad, tirando varios tarros de sanguijuelas al suelo. Miraba dónde sus pies podían posarse, dónde no era conveniente y, por lo tanto, no vio el techo que había sobre ella. Se dio un buen cabezazo y cayó al suelo, tirando un par de estantes como si fuesen fichas de dominó. Se sacudió con ahínco la dolorida cabeza, confusa y extrañada. De repente, la sala se había cerrado por completo: Cuatro paredes blancas y un techo similar. Sólo una puerta y ninguna ventana.

- Pero si esto estaba abierto... -se dijo a sí misma, atónita-. Yo he visto las escaleras, y las puertas boca abajo, y las...

Algo no iba bien, eso seguro. Juraría haberse despertado con su queridísimo vestido azul puesto, pero ahora llevaba en su lugar un camisón de fuerza blanco, con motivos florales, pero igualmente de terrorífico. Por suerte, aún no estaba atado.

WONDERLOST: El Proyecto de Alicia #OreosAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora