La Casa del Dolor

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Muchos filósofos e intelectuales aseguran que debemos olvidar el pasado para poder mirar hacia el presente y poder calcular el futuro, pero Alicia había comprobado desde su propia experiencia que si no sabemos de dónde venimos, tanto nos distraerá el vacío de una parte incompleta, que difícilmente podremos saber a dónde vamos.

Se sentía así todos los días, perdida. Perdida en un mundo que no llegaba a comprender; en un universo de sombras y dudas, huecos vacíos. Siempre le faltaba algo, pero nunca averiguaba el qué, y mucho menos lo recuperaba. Su mente estaba partida a la mitad, desajustada. Lo único que tenía eran sus dibujos, y ni siquiera éstos se ponían de su lado.

Ágata llevaba razón; no servían para recordar el pasado del que carecía, y no valía la pena dibujarlos para ello. Pero Alicia había encontrado hacía tiempo otro motivo por el cual seguir con su práctica; esos dibujos eran, en el fondo, sus recuerdos. Recuerdos que por fin poseía y que empezaban a formar parte de su fragmentado y nuevo ayer. Puede que no estuviesen relacionados con el pasado de hacía nueve años, cuando se suponía que todo había tenido lugar, pero empezaban a formar su ser del ahora. Y por miedo a perderlos de nuevo, los encerraba en el papel, exponiéndolos siempre a la vista, para que sus ojos pudiesen hacer memoria y perpetuarlo todo.

No quería perder ni un solo detalle.

Intentaba formar un nuevo presente sobre una hoja en blanco y, con un poco de suerte, recuperar lo perdido.

Siguió corriendo calle abajo, sin detenerse un instante. Entonces, y sin previo aviso, tropezó violentamente con un objeto inesperado, cayendo de forma dolorosa sobre el pedregoso suelo. Se raspó las manos y la barbilla, abriéndose una ardiente herida en el codo de la que comenzó a manar zumo de frambuesa. Tras toser un par de veces, escupiendo todo el polvo que le había entrado en la boca, levantó ligeramente la vista, sin sorprenderse lo más mínimo al ver al causante de su caída: Miles Jabberwokk, su acicalado acosador, le había puesto la zancadilla. Para variar. Y encima contemplaba el espectáculo orgulloso de su hazaña, mientras su grupito de matones ricachones se mofaba de forma ruda y absurda. Casi patética

"Vaya, vaya, mira quién apareció." Carcajeó el aludido en un melodramático tono. "El fantasma de Dreemlost. Hacía mucho tiempo que no te veía, preciosa."

"Te he dicho mil veces que no me llames "preciosa"." Dijo Alicia mientras se levantaba y sacudía el polvo. "Y ponerle la zancadilla a una dama es la peor manera de conquistarla, ¿sabes? Así que piérdete hasta que sepas cómo comportarte."

"Es la única manera que tengo de llamar tu atención. Si no, es imposible que me dediques ni una de tus encantadoras miradas." Explicó mientras intentaba sujetarla de la mandíbula.

"Tal vez sea porque te aborrezco, Miles. ¿No lo has pensado nunca?" Contrarrestó ella, apartando su mano del camino.

"Oh, tus palabras son como afilados punzones en mi pecho." Exageró con una sonrisa, haciendo que su séquito se mofase. "¿Y a dónde vas ahora? ¿Al manicomio, al fin? Mi padre lleva años deseando verte por allí..."

"No creo que vaya a satisfacer sus caprichos..." Gruñó, cruzándose de brazos.

"Por ahora. ¿Dónde vas, entonces?"

Esto ya era exasperante "¿A ti qué te importa?"

"Eso es que vas a tomar el té con el conejo Blanco, ¿eh? ¿O tal vez sacas a pasear al gato que se ríe? ¿Cómo era...? ¿Meshire... Ceshire...?"

Alicia le pegó un puñetazo tan fuerte, salido de tan dentro del alma, que lo tumbó sobre el suelo en un suspiro, provocando que todos a su alrededor enmudecieran. Sabía que ninguno de aquellos malnacidos iba a hacer nada al respecto, pues tanto pegar a una dama como ir a chivarse al oficial de guardia eran actos denigrantes para unos hombretones como ellos.

WONDERLOST: El Proyecto de Alicia #OreosAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora