Manos a la obra

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Había quedado con Alex en el teatro donde nos conocimos. No había mucha gente, por lo que me fue sencillo reconocer a mi cita que vestía muy básico, pero se le veía atractivo.

- Tan guapa como siempre –dijo el Alex adulador.

- Tan mujeriego como te recuerdo.

- No te confundas. Necesito que estés receptiva para lo de después Isel.

- Solo tienes que apuntar bien.

- Vamos a ver la obra y luego a la cama. Aguafiestas.

Entramos al edificio y nos tocaron butacas en la última fila. No íbamos a ver mucho, pero no me iba a quejar, no tenía nada mejor que hacer.

Estaba tan concentrada en la pieza que estaba viendo, que me estremecí al sentir los labios de Alex en mi cuello. Al principio solo fueron sus labios rozando mi piel, pero más tarde se unió su lengua degustando mi sabor y, por último, sus dientes para dejar esa marca que tanto le gustaba al Alex que conozco.

- Alex, ¿no quieres ver la obra?

- No. Solo pretendía ser un caballero, pero prefiero irme.

- Anda, vamos porque me la lías.

Salimos discretamente del auditorio en el que nos encontrábamos y llegamos a la calle. Estaba algo confusa por todo lo que había pasado ahí dentro, es decir, se supone que solo nos íbamos a acostar para tener un hijo.

“Queremos que nuestro primer hijo haya sido engendrado con amor”.

En las palabras de su mujer estaba mi respuesta. Alex quería amor para su hijo, por eso me trataba así. Debería tener esas palabras muy presentes hasta el momento de tener al bebé.

Paseamos de la mano como un par de enamorados por el parque hasta llegar a su casa que seguía impresionándome aun habiendo estada antes ya.

Nos sentamos en el salón en el que ya había aceptado toda esta locura y nos pusimos a darnos ese amor que tanto buscaba. No solo con besos y caricias, sino con palabras que, en su momento, no nos dijimos y que, ahora, ya es un poco tarde, pero aliviaban la tensión de lo que estábamos a punto de hacer.

- Ven. Sigamos en la cama.

Subimos a una habitación con una cama de matrimonio en la que después de besos y más muestras de cariño, hicimos el amor.

Me apoyé en el pecho de Alex que subía y bajaba a un ritmo bastante acelerado, le sonreí y nos abrazamos.

- ¿Por qué yo?

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Tengo ese derecho.

- Te pareces a mi mujer y ya nos conocíamos –después de la confesión ya no quería seguir en la cama con él.

Ya me estaba yendo de la casa cuando Mireia llegó. Al verme sonrió. Creo que ella era la más ilusionada de los tres con lo del bebé, y no es para menos. Ella no podía tenerlo y quería que Alex tuviese un niño suyo. Creo que lo hago más por ella que por el idiota de Márquez.

- No te va… Hola amor –dijo antes de besar a su mujer-. Isel no te vayas. Necesito que hablemos.

- Como quieras Márquez.

Di un paso atrás y seguí a Alex hasta la cocina donde cogió algo para beber. No hacía nada más que pensar en lo que este me iba a decir.

“¿Qué te va a decir? Pues cuando os volvéis a ver y todas esas cosas para el embarazo”. Mi mente siempre se adelantaba a todo.

- No voy a hablarlo todo contigo. De otras cosas se ocupará mi mujer.

- Bueno, pero di lo que me tengas que decir.

- Quiero que vengas a vivir a casa para poder hacer el amor contigo más veces.

- Uno. No hacemos el amor, solo nos acostamos. Y dos. Tengo mi propia casa.

- Quiero ver como crece mi hijo. Vas a hacer lo que te diga.

- Ya puedes pagarme y cuidarlo bien Márquez. Porque te juro que te mato.

- Haré lo mejor para todos. Ahora vete a hablar con mi mujer.

No iba a soportar a un Alex tan egocéntrico, pero ya me las pagaría durante el embarazo. No voy a dejar que me mangoneé de esa manera. Voy hacia el jardín para hablar con Mireia.

- ¿Ya te ha dado Alex la noticia?

- Sí. Y la verdad no me agrada. Si hago esto es por ti y no por él. Tener que vivir bajo su mismo techo después de todo lo que hemos vivido me va a resultar muy difícil y más estando embarazada de un hijo suyo.

- Ten entiendo. Mi marido es un poco complicado para la convivencia, pero yo te voy a ayudar. Ahora quiero que hablemos del embarazo.

- Si es por el periodo, hasta final de mes no vamos a saber nada.

- Bien. Ve a hacer las maletas para mudarte.

Resignada ante la situación que me tocaba vivir, asentí y salí de aquella casa para hacer el equipaje a la mía.

- Espero que solo sean nueve meses y que este tenga puntería –decía caminando.

Nada más llegar a casa me tiré en la cama. No quería hacer las maletas y no las haría hasta que me obligasen. Entre las sábanas me abandoné dejándome llevar por Morfeo.

El grito de alguien aporreando la puerta me despertó. Distinguí su voz pronunciando mi nombre con algunas malas palabras. ¿Cómo se había enterado de dónde vivía? Esto ya es demasiado.

- ¿Se puede saber qué haces aquí?

- ¿Se puede saber por qué no estás en mi casa?

- No tenía ganas de hacer las maletas y, al tumbarme en la cama, me he dormido. ¿Algún problema?

- Si es porque estabas descansando no, pero vamos, que te ayudo a hacerlas y nos vamos de aquí.

- Te recuerdo que es mi casa.

- Y yo te pago para que me des un hijo. Entre tú y yo, mando yo –agg. Odio al prepotente que tengo delante, pero también sé que tiene razón.

Metimos lo básico en las maletas. Mi “jefe” me dijo que lo demás lo vendrían a buscar en los próximos días. Que no tenía por qué preocuparme.

- Te quedarás en esta habitación. La nuestra está al final del pasillo por si necesitas algo.

- ¿Qué voy a necesitar?

- Un hombre en tu cama.

- Ya te dije que prefiero a tu mujer. No insistas.

- Alex. Deja que se instale tranquila. Luego hablas con ella.

Mireia se llevó a su marido y yo pude colocar las cosas que había traído en la habitación. Colgué la ropa y guardé todas mis cosas de aseo en el baño y organicé lo que me quedaba en los muebles que tenía la habitación. Una vez acabé, bajé.

- Siento que Alex sea tan exigente. Prepárate para la sobreprotección.

- Eso es lo malo. Soy una persona activa y no voy a poder estarme quieta como él quiere.

Madre de alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora